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¿Un manual para la convivencia?

Actualizado: 4 may 2023

Herramienta para vivir juntos y no un instrumento sancionador

La historia del manual de convivencia se remonta a los mismos inicios de la escuela en tanto institución moderna. Las reformas de los siglos XIII y XIV y la de 1452, según Ariés, impulsaron mecanismos disciplinarios para esa nueva organización escolar. Nombres como ”reglamento escolar” o “libro de disciplina” circulaban en la instituciones educativas para garantizar el cumplimiento de los deberes por parte del maestro. (Ariés, 1987. 215)

Con la creación de las Escuelas de los Hermanos Cristianos, fundada por Juan Bautista de la Salle en Francia, en la época de Luis XIV, se instauran las primeras instituciones encargadas del cuidado, acogimiento y enseñanza de las primeras letras, en las cuales aparecerían un conjunto de prácticas pedagógicas dirigidas al disciplinamiento de la conducta. “El buen encauzamiento que no es otra cosa que el aprendizaje de la conducta y es un poder disciplinario que en lugar de sacar y retirar tiene como función principal la de enderezar conductas” (Foucault, 2005. 175). Mecanismo que obtiene su éxito de la inspección jerárquica, la sanción normalizadora y el examen.

En este sentido el manual de convivencia como mecanismo de disciplina se piensa en las políticas educativas primero como una estrategia para conducir a los niños y los jóvenes, quizá, sobre asuntos que se piensa, no están haciendo bien la sociedad, la familia, etc. Y segundo, trata acerca de la responsabilidad moral en la figura de los maestros.

Un reglamento de disciplina se determina como:

"Un dispositivo disciplinario, altamente rutinario, que reclama organizar el tiempo, el espacio, la actividad, el lenguaje y el cuerpo a través de un conjunto de leyes y normas que se pretenden universales, válidas para un numero indeterminado de individuos y situaciones, las cuales en su conjunto bien podrían definir lo que es una escuela" (Calonje & Quiceno, 1985. 52).

La educación ilustrada, tuvo necesidad de un cuerpo de sujetos (preceptores, instructores) encargados del cuidado, acogimiento de la infancia (Zambrano, 2013), dando el papel indispensable de la escolaridad al control de vagos, malentretenidos, ociosos y huérfanos. La institución escolar fue un ramo de la policía uno de los mecanismos para desarrollar la calidad de la población, mantener el orden de la nación y fijar objetivos ilimitados respecto de lo que se busca gobernar. Este surgimiento azaroso irá convirtiendo a la escuela –mucho después de su aparición– en una institución necesaria, normalizadora y útil. (Martínez, 2012. 65).



Se ocupa así, la escuela y sus normas, de un modelo punitivo, que actúa aplicando una sanción o corrección como medida principal. “La escuela se auto justifica, se autodefine más como un lugar de gobierno” como estrategia en la que se conducen las conductas de los otros, donde se les enseña cómo relacionarse con los demás y consigo mismo, desde “las buenas constumbres”. (González, 2014, p. 27)

Siguiendo al profesor Javier Sáenz[1], “se trata más bien de conducir a los “individuos” para que se relacionen mejor cara a cara con los otros y consigo mismo” con normas de cortesía y civilidad, ancladas en un conjunto y diversidad de normativas creadas por una institución y obedecidas por el resto de dicho establecimiento.

La convivencia en el sentido de que “todos vivamos juntos” requiere aprender a hacer acuerdos conjuntos, pensar en crear normas donde exista una conexión real con los otros, con la sociedad, con el conjunto, con el territorio y la naturaleza.

“El saber de la experiencia es pluralista, no único, no puede haber una “cartilla” de convivencia, es pragmático en el sentido de la pedagogía de Dewey”. (González, 2014, p. 30) Una educación democrática que impulse una transformación social.

Se puede pensar entonces en palabras del profesor Francisco Cajiao, en un manual de convivencia que parte de “la construcción de esa propuesta común de todos hacernos humanos. En ese contexto…, entender el cuidado…, aprender a cuidar de mi cuerpo, aprender a cuidar de mi mente, aprender a cuidar del otro, aprender a cuidar de las cosas que son de todos, aprender a cuidar la palabra, para no herir, para no lastimar, para no agredir, obviamente, de ahí surge toda esa ética del cuidado, pero también aparece la ética de la justicia, porque es que el que rompe la ley debe reconocer y debe pedir disculpas o debe reparar el daño…, cuando empezamos a hablar de convivencia, no estamos hablando de una formulita, no es la educación ciudadana que se le imparte a los niños, es empezar por una experiencia significativa” (González M. , 2013, p. 38)

Referencias:

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