El interés en educación: más allá del enfoque psicológico
- Diana Carolina Cárdenas

- hace 2 días
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Las perspectivas contemporáneas sobre el interés recuperan parte del legado pedagógico y
el sentido original del término, pero también han transformado su alcance. En lugar de
situarlo en la relación entre el maestro, la cultura y el alumno, lo ubican en el terreno del
aprendizaje, dominado por enfoques psicológicos. Desde esta mirada, el interés se analiza
en relación con otras variables como la atención, la curiosidad o la motivación intrínseca.
Al centrarse exclusivamente en la relación sujeto-objeto, estas teorías terminan dejando en
segundo plano el rol de la enseñanza, como si el interés pudiera construirse sin la
mediación del maestro. Y justamente ahí vale la pena detenerse: en cómo la enseñanza
otorga sentido, propósito y profundidad al aprendizaje.
Tres características del interés
Las investigaciones de Hidi y Renninger (2004) profundizan en la naturaleza cognitiva y
afectiva del interés. Según estos autores, existen tres rasgos fundamentales que permiten
distinguirlo de otras variables motivacionales.
Primero, el interés implica una atención sostenida y una participación activa orientadas
hacia un contenido u objeto concreto. Ese mismo objeto despierta la implicación del sujeto
y estimula su disposición para actuar. En este sentido, conviene recordar que el maestro
solo puede fomentar el interés de sus estudiantes si se apropia del objeto de estudio y siente
un interés genuino por él. Es desde ese deseo que surgen preguntas y propuestas capaces de
expandir los horizontes del alumnado. No se trata de que el maestro pretenda saberlo todo,
sino de que valore su campo de enseñanza y desde ese aprecio, se anime a explorar junto
con sus estudiantes nuevos caminos posibles.
Segundo, la relación entre el contenido y el sujeto no reside únicamente en la persona ni en
el objeto. Como señalan Hidi y Baird (1986) el individuo, como fuente potencial de acción,
y el entorno, como objeto de la acción, constituyen una unidad bipolar. El interés, entonces,
no se impone desde fuera ni se reduce a la motivación interna: se construye en la relación
pedagógica, donde el docente provoca y da sentido al encuentro entre el sujeto y el objeto.
Tercero, el interés integra componentes tanto afectivos como cognitivos. “La suposición de
que el afecto es un componente inherente al interés constituye una característica
fundamental de este constructo y lo distingue de otros constructos motivacionales” (Hidi,
2003a, 2003b; Hidi & Renninger, 2003, p. 96). Experimentar interés implica, desde el
comienzo, una íntima conjunción entre emoción y cognición. En la práctica pedagógica,
construir interés implica considerar al sujeto como un todo y comprender la mutua
afectación entre emoción y cognición, pues en todo acto educativo ambas dimensiones
están estrechamente interrelacionadas.
Aquellas perspectivas que atribuyen importancia exclusiva a lo emocional —como ciertas
corrientes contemporáneas—, al igual que aquellas que privilegian únicamente lo racional,
afectan directamente la posibilidad de formar el interés. Al descuidar esta interrelación, se
empobrece el terreno desde el cual el estudiante puede comprometerse auténticamente con
el objeto de estudio.
Más allá de la acción
Desde estas perspectivas, la actividad del niño es fundamental; sin embargo, esta idea
resulta limitada. Freire nos recuerda que entre subjetivación y objetivación existe una
relación indispensable: no basta con actuar, sino que hay que reflexionar sobre la acción. La
actividad sin reflexión resulta en activismo.
Formalizar la experiencia es narrar lo vivido y articularlo con el universo conceptual del
estudiante. Por ello, como señalaba Dewey, el interés siempre exige un propósito que lo
oriente hacia el crecimiento y desarrollo del sujeto. Hernández (p. 54) advierte el error de
tratar esas actividades “espontáneas” como si ya hubieran alcanzado su plenitud o como si
debieran estimularse artificialmente o reprimirse por considerarlas poco valiosas. Dewey
(1995) reconoce en esas acciones espontáneas un valor pedagógico que el educador no
puede ignorar al fomentar el interés.
Por consiguiente, no toda experiencia es educativa. Dewey, citado en Hernández (1965)
distingue entre experiencias que contribuyen al crecimiento continuo del alumno y aquellas
que lo interrumpen o distorsionan su desarrollo. Una experiencia educativa implica
continuidad (se vincula con otras experiencias anteriores y promueve nuevas), así como
interacción con las necesidades del alumno.
BIBLIOGRAFÍA
Freire, P. (2004). Pedagogía del oprimido. (30.ª ed.). Siglo XXI Editores.
Hidi, S., Renninger, K. A., & Krapp, A. (2004). Interest: A motivational variable that
combines affective and cognitive functioning. In D. Y. Dai & R. J. Sternberg (Eds.),
Motivation, emotion, and cognition: Integrative perspectives on intellectual functioning
and development (pp. 89–115). Lawrence Erlbaum Associates.
Hernández. S. (1965). Psicopedagogía del interés: estudio histórico, crítico, psicológico y
pedagógico del concepto más importante de la pedagogía contemporánea. UTEHA.









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