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El interés en educación: más allá del enfoque psicológico

"El interés, se construye en la relación pedagógica"
"El interés, se construye en la relación pedagógica"

Las perspectivas contemporáneas sobre el interés recuperan parte del legado pedagógico y

el sentido original del término, pero también han transformado su alcance. En lugar de

situarlo en la relación entre el maestro, la cultura y el alumno, lo ubican en el terreno del

aprendizaje, dominado por enfoques psicológicos. Desde esta mirada, el interés se analiza

en relación con otras variables como la atención, la curiosidad o la motivación intrínseca.

Al centrarse exclusivamente en la relación sujeto-objeto, estas teorías terminan dejando en

segundo plano el rol de la enseñanza, como si el interés pudiera construirse sin la

mediación del maestro. Y justamente ahí vale la pena detenerse: en cómo la enseñanza

otorga sentido, propósito y profundidad al aprendizaje.


Tres características del interés


Las investigaciones de Hidi y Renninger (2004) profundizan en la naturaleza cognitiva y

afectiva del interés. Según estos autores, existen tres rasgos fundamentales que permiten

distinguirlo de otras variables motivacionales.


Primero, el interés implica una atención sostenida y una participación activa orientadas

hacia un contenido u objeto concreto. Ese mismo objeto despierta la implicación del sujeto

y estimula su disposición para actuar. En este sentido, conviene recordar que el maestro

solo puede fomentar el interés de sus estudiantes si se apropia del objeto de estudio y siente

un interés genuino por él. Es desde ese deseo que surgen preguntas y propuestas capaces de

expandir los horizontes del alumnado. No se trata de que el maestro pretenda saberlo todo,

sino de que valore su campo de enseñanza y desde ese aprecio, se anime a explorar junto

con sus estudiantes nuevos caminos posibles.


Segundo, la relación entre el contenido y el sujeto no reside únicamente en la persona ni en

el objeto. Como señalan Hidi y Baird (1986) el individuo, como fuente potencial de acción,

y el entorno, como objeto de la acción, constituyen una unidad bipolar. El interés, entonces,

no se impone desde fuera ni se reduce a la motivación interna: se construye en la relación

pedagógica, donde el docente provoca y da sentido al encuentro entre el sujeto y el objeto.


Tercero, el interés integra componentes tanto afectivos como cognitivos. “La suposición de

que el afecto es un componente inherente al interés constituye una característica

fundamental de este constructo y lo distingue de otros constructos motivacionales” (Hidi,

2003a, 2003b; Hidi & Renninger, 2003, p. 96). Experimentar interés implica, desde el

comienzo, una íntima conjunción entre emoción y cognición. En la práctica pedagógica,

construir interés implica considerar al sujeto como un todo y comprender la mutua

afectación entre emoción y cognición, pues en todo acto educativo ambas dimensiones

están estrechamente interrelacionadas.


Aquellas perspectivas que atribuyen importancia exclusiva a lo emocional —como ciertas

corrientes contemporáneas—, al igual que aquellas que privilegian únicamente lo racional,

afectan directamente la posibilidad de formar el interés. Al descuidar esta interrelación, se

empobrece el terreno desde el cual el estudiante puede comprometerse auténticamente con

el objeto de estudio.


Más allá de la acción


Desde estas perspectivas, la actividad del niño es fundamental; sin embargo, esta idea

resulta limitada. Freire nos recuerda que entre subjetivación y objetivación existe una

relación indispensable: no basta con actuar, sino que hay que reflexionar sobre la acción. La

actividad sin reflexión resulta en activismo.


Formalizar la experiencia es narrar lo vivido y articularlo con el universo conceptual del

estudiante. Por ello, como señalaba Dewey, el interés siempre exige un propósito que lo

oriente hacia el crecimiento y desarrollo del sujeto. Hernández (p. 54) advierte el error de

tratar esas actividades “espontáneas” como si ya hubieran alcanzado su plenitud o como si

debieran estimularse artificialmente o reprimirse por considerarlas poco valiosas. Dewey

(1995) reconoce en esas acciones espontáneas un valor pedagógico que el educador no

puede ignorar al fomentar el interés.


Por consiguiente, no toda experiencia es educativa. Dewey, citado en Hernández (1965)

distingue entre experiencias que contribuyen al crecimiento continuo del alumno y aquellas

que lo interrumpen o distorsionan su desarrollo. Una experiencia educativa implica

continuidad (se vincula con otras experiencias anteriores y promueve nuevas), así como

interacción con las necesidades del alumno.


BIBLIOGRAFÍA


Freire, P. (2004). Pedagogía del oprimido. (30.ª ed.). Siglo XXI Editores.


Hidi, S., Renninger, K. A., & Krapp, A. (2004). Interest: A motivational variable that

combines affective and cognitive functioning. In D. Y. Dai & R. J. Sternberg (Eds.),

Motivation, emotion, and cognition: Integrative perspectives on intellectual functioning

and development (pp. 89–115). Lawrence Erlbaum Associates.


Hernández. S. (1965). Psicopedagogía del interés: estudio histórico, crítico, psicológico y

pedagógico del concepto más importante de la pedagogía contemporánea. UTEHA.

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