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Estrategias innovadoras para transformar la enseñanza en las superasignaturas

Tercer blog - Superasignaturas. El futuro de la enseñanza y del aprendizaje

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En la segunda parte de Superasignaturas. El futuro de la enseñanza y el aprendizaje, Ken Bain (2023) dedica los capítulos 8 a 11 a examinar algunas de las estrategias que han permitido convertir los cursos tradicionales en auténticas experiencias transformadoras. Estos capítulos no solo ilustran las posibilidades de renovación pedagógica en la universidad, sino que también ofrecen orientaciones útiles para la escuela básica y secundaria. Al analizar la instrucción entre iguales, la constante reformulación de los cursos, la interdisciplinariedad y la integración de capacidades, Bain invita a los docentes a pensar que la enseñanza, en cualquier nivel, debe ser un espacio para desarrollar autonomía, creatividad y compromiso social.


En el capítulo octavo, Bain aborda la instrucción entre iguales. Su planteamiento parte de una constatación: “cuando los estudiantes se convierten en instructores de sus compañeros, no solo consolidan su aprendizaje, sino que desarrollan una comprensión más profunda de los conceptos” (Bain, 2023, p. 185). Este enfoque rompe con la verticalidad clásica de la enseñanza y redefine el rol del estudiante, que pasa de receptor pasivo a agente activo en la construcción del conocimiento. En la educación superior, este principio se traduce en seminarios dirigidos por los propios estudiantes, foros donde ellos preparan lecturas o diseñan actividades para explicar un tema complejo a sus colegas. Un ejemplo actual son los círculos de lectura en universidades latinoamericanas, en los que grupos de estudiantes guían el análisis de textos teóricos para sus compañeros, logrando que la comprensión crítica emerja del diálogo y no solo de la explicación magistral.


En la escuela, la instrucción entre iguales también tiene un potencial enorme. Programas como los peer tutoring en matemáticas y lectura han mostrado mejoras sustanciales en el rendimiento de alumnos con rezago. En escuelas primarias de Chile y México, estudiantes de último grado de primaria apoyan a niños de los grados inferiores en actividades de lectura comprensiva. El resultado es doble: los más pequeños adquieren confianza y progresan en su aprendizaje, mientras que los tutores refuerzan sus propias competencias. Como afirma Bain, “enseñar a otros es una de las formas más efectivas de aprender” (2023, p. 190). Esta afirmación conecta con una larga tradición pedagógica que va desde Vygotsky hasta las metodologías actuales de aprendizaje cooperativo, y que confirma que la enseñanza mutua no solo transmite información, sino que fortalece el tejido social del aula.


El capítulo noveno se centra en la necesidad de rehacer una superasignatura. Bain advierte que ningún curso nace acabado: “una superasignatura se construye y reconstruye constantemente a partir de la reflexión, la retroalimentación de los estudiantes y la experimentación pedagógica” (2023, p. 202). Esta idea cuestiona la visión burocrática del currículo, que lo concibe como un documento estático. En cambio, propone entender cada curso como un proceso vivo, en constante revisión. En el ámbito universitario, esto se observa en docentes que ajustan la secuencia de temas según las inquietudes del grupo, o que modifican los sistemas de evaluación tras identificar obstáculos en la motivación. En la escuela, la práctica del lesson study en Japón resulta un ejemplo paradigmático: los docentes diseñan una lección, la aplican, la observan en conjunto y luego la rediseñan. Este ciclo, asumido como práctica colaborativa, permite que las clases se adapten mejor a las necesidades de los estudiantes y se conviertan en laboratorios permanentes de innovación.


El capítulo décimo introduce la idea de una sopa de aprendizaje interdisciplinar. Bain recuerda que “los problemas reales no llegan al aula fragmentados en asignaturas; son las escuelas y universidades las que los dividen artificialmente” (2023, p. 219). Esta observación cuestiona la organización curricular clásica, que separa los saberes en compartimentos estancos. En la práctica, las superasignaturas apuestan por proyectos interdisciplinarios que permitan a los estudiantes comprender fenómenos complejos desde múltiples perspectivas. En la universidad, ejemplos de esta interdisciplinariedad son los cursos que combinan biología y ética para abordar dilemas sobre genética, o aquellos que unen economía y medio ambiente para analizar la crisis climática.


En la educación básica, la interdisciplinariedad se ha materializado en programas STEAM (Science, Technology, Engineering, Arts and Mathematics), donde se integran ciencias, matemáticas y artes en proyectos prácticos. En una escuela de Bogotá, por ejemplo, los estudiantes de secundaria desarrollaron un proyecto de energía solar en el que debían calcular costos (matemáticas), construir prototipos (tecnología e ingeniería), evaluar impacto ambiental (ciencias) y diseñar campañas de concientización (arte y comunicación). Tal como plantea Bain, la interdisciplinariedad no es un lujo académico, sino una necesidad para preparar a los estudiantes a enfrentar problemas reales que exigen pensamiento complejo y creativo.


El capítulo once, dedicado a la integración de capacidades, expande el horizonte. Bain insiste en que “una superasignatura no busca solo transmitir contenidos, sino desarrollar capacidades perdurables: pensamiento crítico, creatividad, comunicación y colaboración” (2023, p. 237). Este planteamiento resuena con marcos internacionales como el de la UNESCO, que destacan la formación integral por encima de la mera acumulación de saberes. En la universidad, se observa en cursos donde la escritura académica, la argumentación ética o el análisis de datos se integran como competencias transversales. En la escuela, esta integración de capacidades se aprecia en experiencias de aprendizaje-servicio, donde los estudiantes diseñan y ejecutan proyectos comunitarios. En una escuela primaria de Medellín, por ejemplo, los niños organizaron una campaña de reciclaje en su barrio: aprendieron ciencias ambientales, desarrollaron habilidades de comunicación al difundir la campaña y ejercitaron el trabajo colaborativo al coordinarse con sus familias y vecinos.


Los cuatro capítulos analizados dejan ver que las superasignaturas no son recetas cerradas, sino ecosistemas pedagógicos que se nutren de diversas estrategias. En conjunto, transmiten una lección fundamental: la docencia, en todos los niveles, requiere creatividad, flexibilidad y disposición a experimentar. Para los docentes universitarios, esto significa repensar los cursos no como transmisiones de información, sino como espacios de formación de capacidades y actitudes críticas. Para los docentes escolares, implica atreverse a ver cada clase como oportunidad de transformación, incluso dentro de estructuras curriculares rígidas.


Bain lo expresa con claridad: “una superasignatura es aquella que logra que los estudiantes no solo sepan más, sino que sean más capaces de enfrentar los desafíos de la vida” (2023, p. 245). Para los maestros de primaria y secundaria, este mensaje tiene un eco especial. Una lección de ciencias, matemáticas o historia puede convertirse en semilla de resiliencia, ciudadanía activa y creatividad si se enseña desde preguntas significativas, en colaboración con otros y con apertura a la interdisciplinariedad. La educación, en cualquier nivel, alcanza su verdadero sentido cuando ayuda a los estudiantes no solo a aprender, sino a ser mejores personas y ciudadanos.

 

Referencia


Bain, K. (2023). Superasignaturas. El futuro de la enseñanza y el aprendizaje (Ó. Barberá, Trad.). Publicacions de la Universitat de València. (Trabajo original publicado en 2021 por Princeton University Press).

 

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