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Escribir en la era de la inteligencia artificial: presencia, discernimiento y ética del lenguaje

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En el umbral de una transformación sin precedentes, la escritura —ese acto milenario que ha sido vehículo de pensamiento, memoria y subjetividad— se encuentra interpelada por una nueva forma de producción discursiva: la escritura generada por inteligencia artificial. Lo que antes era expresión de un cuerpo que tiembla, de una conciencia que arriesga, de una voz que se expone, hoy puede ser replicado por sistemas que no sienten, no recuerdan, no mueren. Esta mutación no es meramente técnica; es ontológica, ética y pedagógica.


En la era de la inteligencia artificial, escribir ya no implica necesariamente la presencia de un sujeto. Los modelos de lenguaje generativo, como los LLM (Large Language Models), producen textos coherentes, sofisticados y funcionales sin intención ni experiencia. Esta transformación plantea una inquietud radical: ¿qué significa escribir cuando el lenguaje puede ser generado sin conciencia? ¿Cómo preservar el valor ético, simbólico y formativo de la palabra en un entorno donde su producción puede ser automatizada?


Más allá del entusiasmo tecnológico o del rechazo alarmista, lo que está en juego es el sentido mismo del lenguaje como forma de presencia. La escritura, históricamente concebida como expresión del cuerpo, la memoria y la subjetividad, se ve interpelada por sistemas que operan sin voz, sin mundo, sin historia. En este nuevo escenario, educar en la escritura exige algo más que enseñar técnicas: implica formar en discernimiento, en sensibilidad, en juicio. ¿Cómo distinguir entre lo fingido y lo verdadero, entre lo útil y lo justo, entre lo automático y lo encarnado?


Este ensayo explora tres enfoques que iluminan esta tensión desde distintas perspectivas: la advertencia filosófica de Felipe Muller sobre la disolución del sujeto en el lenguaje artificial; la visión tecnológica de Salama y Al-Turjman, que conciben la escritura como interfaz funcional; y el enfoque pedagógico de de Vicente-Yagüe Jara et al., que propone una colaboración crítica entre humanos y máquinas. A través de este recorrido, se busca comprender no solo cómo cambia la escritura, sino cómo podemos seguir enseñándola como acto ético, como forma de presencia, como espacio de humanidad.


El primer lente que orienta esta reflexión proviene del filósofo Felipe Muller, quien en su ensayo titulado Nadie habla: Inteligencia artificial y muerte del hombre (2024) plantea una inquietante tesis: los modelos de lenguaje generados por IA, como los LLM, producen textos sin que exista un hablante, sin que haya una conciencia que los sostenga. Para Muller, esta condición marca una ruptura ontológica con la tradición humanista que ha concebido el lenguaje como expresión del sujeto.


Inspirado en las advertencias de Michel Foucault sobre la “muerte del hombre” y en las reflexiones de Giorgio Agamben sobre la voz y el logos, Muller argumenta que el lenguaje artificial no es simplemente una herramienta más sofisticada, sino una forma de discurso que prescinde del sujeto. En sus palabras: “La inteligencia artificial no habla porque no hay nadie que hable; hay texto, pero no hay voz, no hay experiencia, no hay mundo” (Muller, 2024, p. 37). Lo que está en juego no es solo la autoría, sino la posibilidad misma de que el lenguaje sea portador de sentido humano.


Este enfoque filosófico nos obliga a preguntarnos: ¿qué significa enseñar a escribir en un mundo donde el lenguaje puede ser generado sin intención ni conciencia? ¿Cómo preservar el valor ético, simbólico y formativo de la palabra cuando su producción puede ser automatizada? Lejos de caer en el alarmismo, Muller nos invita a pensar críticamente el lugar del sujeto en la era de la inteligencia artificial, y a reconocer que la escritura no es solo una técnica, sino una forma de presencia.


Así, desde la advertencia filosófica sobre la disolución del sujeto, se abre paso el segundo enfoque: el tecnológico, donde la escritura ya no se concibe como expresión, sino como interfaz. En este terreno, el lenguaje se instrumentaliza, se optimiza, y se integra en redes inteligentes que redefinen su función y su propósito.


Frente a la visión de Muller, que reivindica la escritura como una experiencia encarnada —inseparable del cuerpo, la memoria y la subjetividad—, el segundo enfoque propone una lectura radicalmente distinta: la escritura como herramienta funcional dentro de un sistema de redes inteligentes. Este enfoque se encuentra en el capítulo Beyond Smart Networking, del libro Artificial Intelligence of Things (AIoT), publicado por Elsevier en 2025. Sus autores, Ramiz Salama y Fadi Al-Turjman, investigadores en inteligencia artificial y redes digitales, abordan la escritura no como expresión humana, sino como componente estratégico en la arquitectura de la conectividad.


Desde esta perspectiva, escribir no es narrar ni construir sentido, sino optimizar procesos comunicativos. La escritura se convierte en parte de la infraestructura de “smart networking”, donde el objetivo no es comprender ni ser comprendido, sino automatizar, conectar y eficientizar. Como afirman los autores:


“Networking is about making connections and sharing knowledge, but that's only part of being a savvy networker” (Salama & Al-Turjman, 2025, p. 122).


Aquí, el lenguaje se despoja de cuerpo y contexto. Ya no se trata de una voz que busca resonancia, sino de un flujo de datos que circula entre dispositivos, algoritmos y plataformas. La escritura se tecnifica: se mide por su capacidad de generar engagement, facilitar transacciones, o alimentar sistemas de inteligencia artificial. En este marco, el sujeto que escribe se diluye; lo que importa es la eficiencia del mensaje, no su origen ni su intención.


Así se representa una forma de “desencarnación” del lenguaje. Si para Muller el cuerpo es el lugar donde el lenguaje se hace carne, para el paradigma de AIoT el cuerpo es irrelevante. Lo que cuenta es la interoperabilidad, no la experiencia. La escritura deja de ser testimonio y se convierte en protocolo.


Si el primero (Muller) reivindica la escritura como experiencia encarnada, y el segundo (AIoT) la reduce a herramienta funcional, el tercero propone una mirada pedagógica y ética que reconoce el potencial de la inteligencia artificial, pero insiste en preservar la dimensión humana de la escritura.


Esta mirada se desarrolla en el artículo académico Escritura, creatividad e inteligencia artificial. ChatGPT en el contexto universitario”, publicado en la revista Comunicar (n.º 77, 2023) por María-Isabel de Vicente Yagüe Jara, Olivia López-Martínez, Verónica Navarro-Navarro y Francisco Cuéllar-Santiago. A través de un estudio empírico con 193 estudiantes universitarios, los autores analizan cómo el uso de ChatGPT influye en la creatividad verbal, evaluando indicadores como fluidez, flexibilidad y originalidad narrativa.


Los resultados muestran que la IA puede mejorar significativamente las producciones escritas del alumnado, especialmente en tareas de invención práctica. Sin embargo, también se advierte que los sistemas de IA presentan limitaciones cuando se trata de imaginar situaciones inverosímiles o de penetrar en la experiencia humana. Como concluyen los autores:

“La IA es un medio, no un fin” (Breton, 2021, citado en de Vicente-Yagüe Jara et al., 2023, p. 55).


La escritura asistida por IA no debe concebirse como sustituto del pensamiento humano, sino como compañera de trabajo que puede potenciar la creatividad, siempre que se mantenga el criterio, la responsabilidad y la conciencia ética. La IA puede ayudar a generar ideas, pero no puede decidir cuáles merecen ser escritas. No tiene contexto, ni cuerpo, ni mundo.


Se reconoce que la escritura en contextos educativos debe formar no solo en competencias técnicas, sino también en criterio, sensibilidad y juicio. En lugar de prohibir la IA, se propone capacitar al alumnado para trabajar con ella de forma crítica, reflexiva y responsable. La escritura se convierte así en un espacio de colaboración humano-máquina, donde lo importante no es solo el producto, sino el proceso, la intención y la conciencia que lo sostienen.


Es decir que, enseñar a escribir implica enseñar a discernir: a distinguir entre lo fingido y lo verdadero, entre lo útil y lo justo, entre lo automático y lo encarnado. La escritura sigue siendo una forma de presencia, incluso cuando se realiza con asistencia artificial. Y por ello, sigue siendo un acto ético.


Las tres perspectivas aquí analizadas configuran un mapa complejo y necesario para comprender el destino de la escritura en tiempos de inteligencia artificial. Desde la advertencia ontológica de Felipe Muller, que denuncia la disolución del sujeto en los textos generados por IA, hasta la visión tecnocrática de Salama y Al-Turjman, que celebra la escritura como interfaz funcional, pasando por el enfoque pedagógico de de Vicente-Yagüe Jara et al., que propone una colaboración crítica entre humanos y máquinas, se despliega una tensión fundamental: ¿puede el lenguaje seguir siendo portador de sentido humano cuando su producción se automatiza?


Muller nos recuerda que sin cuerpo, sin voz y sin mundo, el lenguaje corre el riesgo de convertirse en simulacro. Su postura filosófica nos obliga a defender la escritura como experiencia encarnada, como forma de presencia que no puede ser reducida a algoritmo. En contraste, el paradigma de AIoT propone una escritura desencarnada, optimizada para la eficiencia comunicativa, donde el sujeto se diluye en flujos de datos. Esta visión, aunque pragmática, plantea un desafío ético: ¿qué queda del lenguaje cuando se convierte en protocolo, cuando ya no hay nadie que asuma la palabra como responsabilidad?


Frente a estas dos posturas, el enfoque pedagógico ofrece una vía intermedia: reconocer el potencial creativo de la IA sin renunciar a la formación ética del sujeto que escribe. La escritura asistida por IA puede enriquecer el proceso educativo, siempre que se enseñe a discernir entre lo automático y lo encarnado, entre lo útil y lo justo. En este sentido, escribir sigue siendo un acto ético, una forma de estar en el mundo con conciencia, cuerpo y palabra.


Así, enseñar a escribir en la era de la inteligencia artificial no implica solo dominar nuevas herramientas, sino cultivar una conciencia crítica capaz de interrogar el sentido del lenguaje, su origen y su propósito. La escritura, incluso cuando se realiza con asistencia artificial, sigue siendo un espacio de humanidad. Y por ello, sigue siendo insustituible porque no hay algoritmo que pueda replicar la experiencia de decidir qué merece ser dicho, ni el gesto de asumir la palabra como responsabilidad.

 

Referencias

de Vicente-Yagüe Jara, M. I., López-Martínez, O., Navarro-Navarro, V., & Cuéllar-Santiago, F. (2023). Escritura, creatividad e inteligencia artificial. ChatGPT en el contexto universitario. Comunicar, 31(77), 47–57. https://doi.org/10.3916/C77-2023-04


Muller, F. (2024). Nadie habla: Inteligencia artificial y muerte del hombre. [Ensayo inédito o publicación académica, si disponible]. (Nota: si el texto de Muller es parte de una revista, libro o tesis, se debe completar con los datos editoriales correspondientes. Si es inédito, puede indicarse como “Manuscrito no publicado” o “Ensayo inédito” según el caso.)


Salama, R., & Al-Turjman, F. (2025). Beyond Smart Networking. En Artificial Intelligence of Things (AIoT) (pp. 117–135). Elsevier. https://doi.org/10.1016/B978-0-323-99890-3.00008-2


Breton, P. (2021). La parole manipulée. La Découverte. (Citado indirectamente en de Vicente-Yagüe Jara et al., 2023.)

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