top of page

No hay interés sin enseñanza

ree

En los discursos educativos actuales, el énfasis está puesto cada vez más en el aprendizaje y cada vez menos en la enseñanza. Este desplazamiento, señalado por autores como Rubio (2013) y Noguera (2012), ha relegado la figura del maestro y promovido una visión del aprendizaje centrada exclusivamente en el estudiante, apoyada en comprensiones erróneas sobre la curiosidad y el interés.


Estas nociones suelen entenderse como atributos individuales que el alumno trae consigo. Sin embargo, no son causas del aprendizaje, sino efectos de un proceso educativo intencionado y sistemático. El interés no surge de manera espontánea: se construye, se media y se orienta hacia un propósito. Y en esa construcción, la enseñanza es indispensable.


Este blog busca recuperar el sentido pedagógico del interés desde la mirada de John Dewey (1995), especialmente a partir de su obra Democracia y educación, donde plantea que interesarse no es un punto de partida, sino una relación que se posibilita a través de la experiencia guiada por el maestro.


Etimológicamente, interés remite a “lo que está entre”, “lo que conecta dos cosas de otro modo distantes” (Dewey, 1995). En este sentido, el interés no es simplemente un estado afectivo o volitivo interno, sino una relación. Dewey señala que incluso cuando hablamos de afección, preocupación o motivo, no se trata de reacciones cerradas en sí mismas: siempre hay un objeto, una posibilidad o una situación futura que moviliza al sujeto.


En el proceso de aprendizaje, esta relación es clave. Las facultades del alumno representan el punto de partida, mientras que los fines definidos por el maestro constituyen la meta. Entre ambos extremos se ubican los medios: los actos, los procedimientos, las dificultades. Es en este tránsito donde el interés se configura.


Hacer que un objeto de estudio sea interesante es evidenciar su conexión con los fines y con las posibilidades reales del estudiante. Si algo no resulta interesante, no es porque el alumno esté desmotivado por naturaleza, sino porque no percibe el vínculo entre ese objeto y su mundo. Hacer visible esa relación exige del maestro planeación, intención pedagógica y comprensión de los contextos.


Interés y disciplina: una falsa dicotomía


Con frecuencia se contrapone el interés con la disciplina, como si el primero implicara libertad sin estructura y la segunda obediencia sin reflexión. Dewey rompe con esta oposición. Para él, el interés es indispensable para que la disciplina tenga sentido. La deliberación es pobre y superficial cuando no hay interés. Muchos docentes y padres se enfrentan al aparente desinterés de los niños: “no quieren escuchar, no quieren comprender”. Pero quizás no es que no puedan, sino que los objetos de estudio no han sido puestos en relación con sus inquietudes o experiencias.


La disciplina, en este marco, no puede reducirse a obediencia externa, castigo o cumplimiento de reglas. Si bien estos métodos pueden producir cierto control u obediencia, no forman sujetos que piensan sobre sus actos ni que reconocen la relación entre lo que hacen y sus consecuencias.


Pensar, para Dewey, es discernir esa conexión: entender que nuestras acciones tienen efectos. La reflexión implica hacerse responsable de esas consecuencias, sabiendo que toda búsqueda conlleva incertidumbre. No se trata de encontrar respuestas definitivas, sino de construir resultados provisionales que puedan ponerse a prueba. Dewey advierte que un objeto se convierte en objeto de estudio solo cuando forma parte de un curso de acciones que nos compromete y cuyo resultado nos afecta.


En tiempos de inteligencia artificial, el desafío pedagógico se intensifica. La inmediatez con la que la tecnología responde preguntas y resuelve problemas crea la ilusión de que todo ya ha sido pensado, que basta con consultar una herramienta para “aprender”. Esta lógica empobrece el vínculo con el conocimiento, con nosotros mismos y con los otros.


En ese contexto, es el maestro quien puede revelar que pensar no es reproducir, sino iniciar un proceso de búsqueda. Un proceso incierto, inacabado, que exige reflexión, propósito y sentido. Hoy más que nunca, la enseñanza no puede reducirse a transmisión de datos. El docente, como mediador del interés, es quien abre el camino hacia un pensamiento capaz de resistir la automatización y de sostener la pregunta incluso cuando hay respuestas disponibles. La educación del presente —y del futuro— necesita maestros que enseñen no solo contenidos, sino también por qué vale la pena interesarse por ellos.


BIBLIOGRAFIA


Dewey, J. (1995). Democracia y educación: una introducción a la filosofía de la educación. Ediciones Morata.


Noguera, C (2012) El gobierno pedagógico. Del arte de educar a las tradiciones pedagógicas. Siglo del Hombre Editores.


Rubio Gaviria, D. A. (2013). Biopolítica y gubernamentalidad. Intereses, aprendizaje y cooperación contemporánea. Revista Colombiana de Educación, (65), 61-76.

 

 

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page