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Más allá de la técnica: ética y pedagogía del diálogo en las organizaciones

Hablar de diálogo en las organizaciones no puede reducirse a enseñar habilidades de comunicación efectiva. El verdadero diálogo hunde sus raíces en la formación ética de la persona, en su carácter, en los valores que sostiene y en la apertura a la diferencia. No se trata solamente de hablar bien, sino de disponerse a ser transformado por el encuentro con el otro. Desde la filosofía práctica, Aristóteles subrayó que el carácter no es un rasgo natural sino el resultado de hábitos repetidos, orientados a un ideal de bien (Aristóteles, 2004). Sin embargo, en las culturas organizacionales actuales, esos hábitos pueden ser funcionales a lógicas de competitividad extrema, jerarquías rígidas o silencios impuestos, configurando un carácter corporativo poco propenso a la escucha genuina. Esto convierte la reflexión pedagógica sobre el carácter en un punto de partida ineludible para pensar el diálogo: no basta con técnicas de asertividad si la estructura profunda de la personalidad no se interroga sobre su relación con la palabra.


Hans-Georg Gadamer (1998) aporta aquí una clave decisiva: todo ser humano ingresa al diálogo con un horizonte de sentido, es decir, un conjunto de prejuicios, creencias, costumbres y expectativas que no siempre son explícitos. Este horizonte, que Gadamer denomina historia efectiva (Wirkungsgeschichte), puede enriquecer la comprensión mutua si se abre a la fusión de horizontes, pero también puede bloquearla si se cierra sobre sí mismo. Así, quien ha vivido situaciones de sanción o discriminación puede llegar al diálogo con miedo y reservas, inhibiendo su voz incluso en espacios donde se proclama libertad de participación. Al contrario, quien ha sido socializado en contextos de alta autoconfianza tenderá a ocupar más espacio en la conversación, sin advertir que puede volverse dominante. La pedagogía del diálogo debería entonces educar un carácter reflexivo, capaz de reconocer sus propios condicionantes y de flexibilizar sus actitudes para habilitar la comprensión del otro.


No obstante, la disposición interior no alcanza si no se acompaña de condiciones estructurales de justicia. Jürgen Habermas (2000) recuerda que la comunicación solo es auténtica si se cumplen ciertos requisitos de igualdad, sinceridad y veracidad, permitiendo que todos los participantes tengan oportunidad real de hablar. Cuando estos principios se vulneran, la palabra se transforma en un instrumento de poder, no de construcción colectiva. La reflexión ética del diálogo obliga a revisar qué voces dominan, cuáles son interrumpidas y cuáles ni siquiera están invitadas a participar. Este análisis no debe entenderse como un mero diagnóstico de estilo comunicativo, sino como un cuestionamiento profundo a las estructuras culturales que configuran jerarquías y exclusiones.


En este sentido, la propuesta de hospitalidad radical de Jacques Derrida (1997) representa un desafío aún mayor. Derrida invita a abrir la puerta al otro sin exigirle que se adapte plenamente a nuestros marcos de sentido. Se trata de una hospitalidad sin condiciones previas, capaz de exponerse al riesgo de la incomodidad, de la alteridad y de la transformación. Esto tiene consecuencias directas en la cultura organizacional: implica recibir voces y perspectivas que pueden cuestionar la identidad misma de la empresa, permitiendo que el encuentro con la diferencia la renueve y no solo la decore con retóricas de diversidad. Como señala el propio Derrida, “la hospitalidad no selecciona: recibe al otro aun sin garantías” (1997, p.16). Esta forma radical de acoger la diferencia implica abandonar el deseo de controlar al interlocutor, y asumir que el diálogo genuino siempre nos pone en vulnerabilidad.


A esta dimensión ética y política se suma la perspectiva de Paul Ricoeur (2005), quien considera la narración como un elemento indispensable para el reconocimiento. En los relatos que compartimos, se construyen no solo identidades individuales sino también memorias colectivas, referencias comunes y sentidos de pertenencia. Un espacio dialógico que no propicie la narración —las trayectorias, los aprendizajes, los fracasos— corre el riesgo de volverse puramente instrumental y vacío de humanidad. Reconocer al otro es reconocer su historia, y solo a partir de esa escucha narrativa es posible la confianza.


Por su parte, Boaventura de Sousa Santos (2010) amplía la crítica al advertir que la organización del conocimiento, e incluso de la deliberación, tiende a legitimar saberes dominantes y a excluir otras formas de experiencia. La ecología de saberes que propone implica visibilizar y valorar saberes comunitarios, prácticos, emocionales o narrativos, integrándolos al mismo nivel que los saberes técnicos o académicos. Esta visión alerta sobre la llamada sociología de las ausencias, que designa aquellas voces tan marginadas que ni siquiera aparecen en la agenda del diálogo, naturalizando su silencio.


En definitiva, dialogar no es solo intercambiar argumentos de forma educada. Dialogar éticamente requiere un carácter cultivado en la apertura, una estructura comunicativa justa, una disponibilidad radical para recibir la alteridad, y un compromiso con la memoria y la diversidad de saberes. Sin estos elementos, el diálogo se degrada en monólogo disfrazado o en consenso forzado, alejándose de su potencial transformador. Asumir la pedagogía del diálogo en estos términos significa comprender que la palabra compartida es, en esencia, un espacio de riesgo, de aprendizaje y de posibilidad moral para la convivencia.


Referencias


Aristóteles. (2004). Ética a Nicómaco (trad. J. A. González). Madrid: Alianza Editorial.


Derrida, J. (1997). Deconstrucción y hospitalidad (trad. C. Fernández Liria). Madrid: Trotta.


Gadamer, H.-G. (1998). Verdad y método II (trad. A. Aparicio González). Salamanca: Ediciones Sígueme.


Habermas, J. (2000). Conciencia moral y acción comunicativa (trad. M. Jiménez Redondo). Barcelona: Paidós.


Ricoeur, P. (2005). La memoria, la historia, el olvido (trad. A. Neira). México: Fondo de Cultura Económica.


Santos, B. de S. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Lima: Ediciones Trilce.

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