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El peligro de no aburrirse

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En nuestros días, uno de los problemas más visibles —y paradójicamente menos cuestionados— es el aburrimiento. Escuchamos frecuentemente en niños y adolescentes expresiones como: “Estoy aburrido”, “me quiero ir”, “déjame jugar en el celular”. Esto obedece a que crecen en un entorno de sobreestimulación constante, donde la novedad no basta; el estímulo, además de llamativo, debe ser breve, intenso y fugaz, como un reel que pasa de largo en la pantalla antes de que la mente siquiera lo procese.


Ante esta queja, los padres reaccionan con un gesto casi automático: colocan un dispositivo en las manos del niño. Y con ello, sin proponérselo, transmiten un mensaje claro: el aburrimiento es algo que hay que eliminar, un malestar que no debe tolerarse. Así, la posibilidad de que ese niño o adolescente recurra a su imaginación, busque un juego, invente una historia o descubra una actividad sin mediación tecnológica, se pierde.


Sin embargo, el aburrimiento ha acompañado siempre a nuestra especie. No es una anomalía del presente, sino una condición tan antigua como el ser humano.


Históricamente, el verdadero origen del aburrimiento se remonta al surgimiento del ser humano en cuanto especie. Diversos hallazgos arqueológicos certifican la presencia de artefactos musicales y religiosos, enterrados milenios atrás junto a vestigios óseos de nuestros primeros ancestros. Para crear arte y conectar con lo santo, lo numinoso o divino-misterioso, hace falta disponer, además de sensibilidad espiritual, de tiempo libre. Momentos en los que podemos dejar de lado las preocupaciones vitales, para dedicarnos por plazo indefinido y sin que nadie nos importune a lo más importante y también menos urgente de esta vida: a aburrirnos. Y es que, cuando nos aburrimos, podemos dedicarnos a no hacer nada útil ni productivo. Solo entonces podemos recrearnos, jugar, abocarnos a contemplar y gozar de cuanto es bueno, verdadero y bello. (Chávez, 2024, p. 20)


El aburrimiento, lejos de ser un enemigo, ha sido motor de la cultura.  


El aburrimiento en el contexto de la automatización

No obstante, en un mundo donde la automatización se extiende a cada rincón de la vida, la naturaleza del aburrimiento cambia. Ya no se trata de una experiencia existencial que nos impulsa a actuar, sino de un estado de aburrimiento crónico alimentado por la falta de implicación y de agencia.


Esta delegación de lo humano a lo artificial no es un simple avance técnico: es una cesión de sentido. Al conferir a las máquinas tareas que nos otorgaban satisfacción y propósito, no solo abandonamos la acción, sino también la pregunta fundamental: ¿quiénes somos y qué queremos? Donde antes nos empujaba la sobreestimulación —la urgencia de consumir lo nuevo— ahora opera la sustitución. Dejar de hacer y de pensar es renunciar a nuestra posibilidad de descubrirnos, de aprender del mundo desde la curiosidad, la incertidumbre y la sensibilidad.


¿Qué puede hacer la educación frente a esta situación?


Frente a este panorama, la escuela debe atreverse a recuperar las pausas, enseñar el valor de la espera y abrir espacios para la reflexión. Debe priorizar el proceso por encima del resultado. En ese recorrido, el ser humano aprende, se conmueve y adquiere nuevas habilidades. Las máquinas nos han superado en resultados, alcanzando productos con un nivel de perfección asombroso; sin embargo, la imperfección de lo que producimos es reflejo de nuestra humanidad, tal como lo es el proceso que lo hace posible.


Si queremos formar a niños y jóvenes capaces de habitar su tiempo —y no solo de llenarlo— debemos reconciliarlos con el aburrimiento. No para que se resignen a él, sino para que lo reconozcan como una posibilidad para la imaginación, la acción y el deseo. El verdadero peligro no es aburrirse, sino vivir sin permitirse sentirlo porque, como advierte Chávez (2024), “en una sociedad que lucha contra el aburrimiento existe el grave riesgo de convertirnos en un cúmulo informe de existencias inauténticas, de inmanencias sin trascendencia.” (p. 55)

 

REFERENCIAS


Chávez Pulgar, R. F. (2024). Análisis fenomenológico interpretativo de la experiencia de aburrimiento en el marco de la sociedad contemporánea.


Gayosso Cabello, E., & Maldonado Martínez, G. A. (2023). Aburrimiento y ocio: De lo desagradable a lo agradable. Revista de filosofía open insight14(30), 57-85.


Sánchez Rojo, A. (2016). El aburrimiento como competencia: educación para un mundo sobrestimulado. Teoría de la Educación: Revista Interuniversitaria: 28, 2, 2016, 93-112.

 

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