En este blog, abordaremos algunas prácticas que limitan el ejercicio pleno y saludable de la sexualidad. Aunque existen muchas más, nos enfocaremos en analizar específicamente la homofobia, el sexismo y la violencia sexual. Desde una perspectiva sociocultural, exploraremos cómo estas dinámicas afectan tanto el bienestar como la libertad de las personas en su vida cotidiana y en la construcción de sus identidades.
Como experiencia subjetiva, la sexualidad se construye a partir de la conciencia y la autonomía, lo que implica la libertad de elegir con quién compartir la vida, las prácticas sexuales y cómo expresar afectos públicamente, sin temor a la violencia de quienes rechazan la diversidad sexual. En este contexto, las luchas sociales de la comunidad LGBTIQ+ son bien conocidas, centradas en la búsqueda del reconocimiento como ciudadanos con derechos plenos y condiciones de igualdad, además de la libertad para elegir su orientación sexual sin restricciones.
Homofobia
El término homofobia se refiere a un temor irracional o aversión hacia las personas homosexuales y las características que se les atribuyen. Además, abarca el miedo a ser percibido en su compañía o a verse asociado con personas gays, lesbianas, bisexuales. Este tipo de actitudes, al igual que otras formas de discriminación, se basan en creencias infundadas y prejuicios.
En la sociedad sigue predominando un modelo de relación heterosexual, en el que se ha asumido como norma la formación de vínculos sexuales y afectivos entre personas de sexos opuestos, bajo la idea de que la propia orientación es superior o mejor a otras. Esta concepción ha legitimado el rechazo social hacia quienes son percibidos como transgresores de los mandatos morales, sociales y sexuales establecidos.
Sin embargo, en los estudios desarrollados por Foucault, se plantea que la heterosexualidad no es natural. La identidad sexual se empezó a construir a partir del siglo XVIII, especialmente cuando las pestes y hambrunas en el contexto europeo empezaron a generar muertes. El poder se encargó de normar la vida. “Para Foucault, esa reproducción disciplinaria de la vida fue lo que justificó la heterosexualidad como natural” (Lamas, 2000, p. 78)
Por su parte, Bourdieu señala que inscribir en lo biológico una relación para legitimarla es eficaz.
(…) la biología muestra que, aparentemente, los seres humanos se distinguen en dos sexos; sin embargo, son más las combinaciones que resultan de las cinco áreas fisiológicas de las cuales depende lo que en términos generales y muy simples, se ha dado en llamar el “sexo biológico” de una persona: genes, hormonas, gónadas, órganos reproductivos internos, y órganos reproductivos externos. Estas áreas controlan cinco tipos de procesos biológicos que, en un continuum, y no en una dicotomía de unidades, cuyos extremos son lo masculino y lo femenino.
El pensamiento binario se manifiesta también en las representaciones sobre la orientación sexual, las cuales provienen de tres fuentes principales: 1) los preconceptos culturales, 2) las ideologías y 3) las experiencias personales. Desde la infancia, estas representaciones se van moldeando a través del lenguaje y la cultura. De manera específica, la representación del género antecede a la comprensión de la diferencia sexual, “entre los dos y los tres años, niñas y niños saben referirse a sí mismos en femenino o masculino, aunque no tengan una elaboración cognoscitiva sobre la diferencia biológica”. (Lamas, 2000, p. 7)
La autora afirma que para entender la realidad biológica de la sexualidad es necesario introducir la noción de intersexos. Dentro del continuum es posible encontrar variedad de posibilidades combinatorias de caracteres cuyo punto medio es el hermafroditismo. Los intersexos son aquellos conjuntos de características fisiológicas en que se combina lo femenino con lo masculino.
La heteronormatividad ha significado una sistemática violación de los derechos sexuales, por lo cual se ha construido una propuesta ética y política que apunta al reconocimiento de la diversidad sexual. “Nos referimos a la ética pluralista, basada en la aceptación de los distintos gustos, placeres y relaciones: “[…] el pluralismo radical comienza con una creencia diferente: el sexo en sí mismo no es ni bueno ni malo, sino un campo de posibilidades y potencialidades que deben juzgarse por el contexto en que ocurren.” (Sánchez, 2009, p. 112)
En la misma perspectiva, Lama (2002) sostiene que, al considerar a las personas homosexuales como una minoría que debe ser tolerada o respetada, como si fueran un tercer sexo, se perpetúa una forma de homofobia suavizada bajo la apariencia de lo políticamente correcto. En cambio, propone que la equidad no debe basarse en una noción rígida e inmutable de lo que significa ser mujer, hombre, homosexual o heterosexual, sino en la aceptación de que estas identidades son diversas y fluidas, y que esa diversidad es una parte esencial de nuestra humanidad compartida.
Sexismo
El sexismo se define como el trato diferencial que se da a las personas con base en su estatus biológico de ser hombre o mujer.
Se ha observado que las personas que asumen, sin cuestionar, los estereotipos y las normas de género exhiben actitudes más sexistas que quienes asumen una posición crítica frente a estos componentes del rol de género. Las actitudes sexistas revelan la disposición del individuo a considerar que uno de los sexos es superior. Estas actitudes determinan un trato diferencial hacia las personas en función de su sexo y la tendencia a descalificarlas para hacer ciertas actividades, realizar determinados oficios, ocupar ciertos cargos, o tener ciertos privilegios y obligaciones, por el simple hecho de ser hombres o mujeres. (Trujillo, 2009, p. 88)
Estos son algunos ejemplos de comportamientos sexistas de acuerdo con Trujillo (2009):
Sexismo institucional: Se refiere a prácticas y políticas que refuerzan desigualdades de género en instituciones. Ejemplos incluyen convocar solo a hombres para el servicio militar obligatorio; asignar a las mujeres tareas relacionadas con la limpieza, el cuidado de enfermos o la atención al cliente; pagar menos a las mujeres en comparación con los hombres por el mismo trabajo; y, en casos de divorcio, asumir automáticamente que la custodia de los hijos debe otorgarse a la madre.
Sexismo interpersonal: Se manifiesta en interacciones cotidianas y actitudes entre personas. Ejemplos incluyen referirse a una mujer con términos como "linda", "mi amor" o "muñeca" sin que exista una relación afectiva; hacer chistes o comentarios que ridiculizan a hombres o mujeres; calificar de "mantenido" a un hombre que se encarga de las labores del hogar mientras su esposa trabaja fuera; y difundir mensajes en medios de comunicación que perpetúan estereotipos de género, como la representación de la mujer como virgen, esposa, madre o ama de casa, y del hombre como trabajador, protagonista, conquistador o infiel.
Sexismo internalizado: Ocurre cuando las personas adoptan creencias sexistas y las aplican a sí mismas. Ejemplos incluyen una mujer que no se postula para un empleo porque cree que es inferior a un hombre; un hombre que se siente avergonzado por llorar en público; o un hombre que evita hacer actividades que disfruta por temor a ser considerado "afeminado".
Existen numerosos ejemplos en nuestra sociedad que evidencian la inequidad entre hombres y mujeres. En el contexto colombiano, es relevante destacar los avances en este ámbito. Hoy en día, las mujeres ocupan cada vez más cargos de dirección y roles en la esfera pública, espacios que anteriormente eran dominados exclusivamente por los hombres. No obstante, persisten importantes desafíos en la lucha por la equidad de género, lo que subraya la necesidad de continuar trabajando hacia una sociedad más justa.
En Nepal, las mujeres tienen prohibido transmitir su nacionalidad s sus hijos. Es uno de los 50 países en donde las mujeres no disfrutan de los mismos derechos que los hombres a la hora de adquirir, cambiar o mantener su ciudadanía a sus cónyuges. La privación de la ciudadanía impide que gocen del derecho de representación, conduciéndolas a la marginalidad.
Abuso sexual
El 11 de octubre de 2024, la revista Cambio publicó un artículo que, según un informe de la ONU, revela que más de 370 millones de niños y mujeres en el mundo han sufrido violaciones o abusos sexuales antes de alcanzar la mayoría de edad. Solo el 10% de estos casos se denuncian, lo que sugiere que la cifra real podría ser aún mayor. Aunque las niñas son las más afectadas, los datos también indican que los niños y hombres son víctimas de estas violencias.
Si se consideran loa abusos verbales o en línea, la cifra de niñas y mujeres victimas en el mundo llega a 650 millones. “Esta violencia inflige traumas profundos y duraderos, a menudo causados por personas que los niños y las niñas conocen y en quienes confían, y en lugares donde deberían sentirse seguros”. Las víctimas suelen presentar mayor riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, abusar de sustancias, aislamiento sociales o trastornos como la depresión y la ansiedad.
“Los estudios muestran además que los niños y niñas que sufren violencia sexual son más proclives a padecer abusos repetidos. En este sentido, la implementación de intervenciones específicas durante la adolescencia es crucial para romper este círculo y mitigar las consecuencias a largo plazo de esos traumas”, mencionó Unicef.
Este informe señala que esta problemática se extiende a lo largo del mundo. Los niños se encuentran en mayor riesgo en los países con conflictos sociales, políticos e instituciones débiles.
Desde la educación, se pueden implementar diversas estrategias para abordar y prevenir las condiciones de abuso sexual, así como para apoyar a las víctimas de estas violencias. Algunas acciones clave incluyen:
Educación sexual integral: Es fundamental que la educación sexual vaya más allá de la enseñanza sobre reproducción. Debe incluir temas como el consentimiento, los derechos sexuales, la equidad de género y las formas de identificar y denunciar situaciones de abuso. La educación sexual integral ayuda a los niños y adolescentes a reconocer situaciones peligrosas y a saber cómo protegerse y buscar ayuda.
Promoción del respeto y el consentimiento: Se debe enseñar a los estudiantes desde una edad temprana la importancia del respeto mutuo y del consentimiento en todas las interacciones. Esta enseñanza debe ser parte de una estrategia amplia que refuerce la idea de que nadie tiene derecho a violar los límites físicos o emocionales de otra persona.
Espacios seguros para la denuncia: Es crucial crear un ambiente donde los estudiantes se sientan seguros para denunciar casos de abuso. Esto incluye formar al personal educativo para reconocer señales de abuso y tener protocolos claros para actuar en caso de que un estudiante se acerque con una denuncia.
Sensibilización y formación para el personal educativo: Los docentes y demás miembros de la comunidad escolar deben estar capacitados para identificar signos de abuso y para actuar de manera adecuada en función de las necesidades del estudiante. Además, deben saber cómo gestionar situaciones de riesgo dentro y fuera del aula.
Programas de prevención de violencia y abuso: Estos programas deben ser diseñados para concienciar a los estudiantes sobre los diferentes tipos de abuso (físico, emocional, sexual) y para desarrollar habilidades emocionales y sociales que les permitan establecer relaciones sanas.
Fomento de la igualdad de género y la diversidad: Combatir los estereotipos de género y las actitudes discriminatorias es esencial para prevenir la violencia sexual. A través de la educación, se debe enseñar a los estudiantes la importancia de respetar las diferencias y rechazar la violencia basada en el género o la orientación sexual.
Atención y apoyo psicológico: Es importante que las escuelas proporcionen acceso a consejería y apoyo psicológico para las víctimas de abuso, facilitando su recuperación emocional y ayudando a prevenir el aislamiento o los efectos a largo plazo como la depresión y la ansiedad.
Involucrar a las familias: La educación debe trabajar en conjunto con las familias, sensibilizándolas sobre la importancia de hablar abiertamente sobre temas como el abuso, el consentimiento y la violencia. Se pueden organizar talleres y campañas dirigidas a los padres y cuidadores para fortalecer la protección de los niños en el hogar.
Sin embargo, esta realidad subraya la urgencia de continuar luchando por los derechos sociales y reproductivos desde diversas esferas de la sociedad. Si bien la educación sexual es fundamental, la responsabilidad de proteger a los menores no recae exclusivamente en la familia y la escuela. Es necesario un compromiso colectivo que involucre a todas las instituciones sociales para garantizar la protección integral de los niños y niñas frente a estos abusos.
BIBLIOGRAFÍA
El Tiempo. (2024, 16 de junio). Sexismo y apatridia: un fenómeno que sigue vivo en pleno siglo XXI. https://www.eltiempo.com/mundo/mas-regiones/sexismo-y-apatridia-un-fenomeno-que-sigue-vivo-en-pleno-siglo-xxi-3353122
Lamas, M. (2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual.
Revista Cambio. (2024, 11 de octubre). Una de cada ocho niñas en el mundo ha sufrido abusos sexuales durante su infancia: Unicef. https://cambiocolombia.com/genero/una-de-ocho-ninas-abusos-sexuales-durante-infancia-unicef
Sánchez Olvera, A. R. (2009). Cuerpo y sexualidad, un derecho: avatares para su construcción en la diversidad sexual. Sociológica (México), 24(69), 101-122.
Trujillo, E. V. (2007). ¿Sexualidad? Mucho más que sexo. Universidad de los Andes.
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