Metatítulo: La vergüenza, la culpa y el castigo en la formación emocional de los niños acosadores
Metadescripción: Los problemas en la educación emocional de los niños acosadores solo pueden resolverse gracias a la vergüenza, a la culpa, o al castigo.
La semana pasada nos ocupamos de la inteligencia emocional de las víctimas del acoso escolar; en ésta, nos ocuparemos de la de los victimarios. Sobra decir que a los victimarios del acoso escolar les hace falta empatía. Ya hemos hablado en este blog de ese sentimiento; hemos dicho que tiene dos componentes: una respuesta emocional y una cognitiva: la respuesta emocional a la expresión de las emociones de los demás, que se desarrolla en los primeros seis años de vida y que toma primero la forma de una “imitación motriz” (Goleman, 1996, p. 117), para luego tomar la más acabada forma de la compasión o, cuando la educación emocional del niño ha fracasado, la de la indiferencia (Goleman, 1996); y la respuesta cognitiva a los puntos de vista distintos al propio (Shapiro, 1997). La empatía hace de los niños y adolescentes personas capaces de ser tolerantes y solidarias, cualidades esenciales para la convivencia y de las cuales carece el acosador (Gómez, Romera, y Ortega, 2017).
El niño o el adolescente que acosa a un compañero, no siente, aunque debería, ni vergüenza ni culpa por lo que hace; sino que por el contrario se siente orgulloso de lo que hace y siente indiferencia por el dolor que causa (Gómez, Romera, y Ortega, 2017). Los niños y adolescentes acosadores tienen una “desconexión moral” (Gómez, Romera, y Ortega, 2017, p. 31): justifican su actuación para liberarse de su responsabilidad por el daño que causan (Gómez, Romera, y Ortega, 2017).
Si se piensa que el proceso de lo que podríamos llamar la “formación de la empatía” en un niño culmina alrededor de los doce años de edad (Goleman, 1996), y que el mismo puede fracasar dando como resultado un o una adolescente indiferente ante las emociones de los demás, las emociones “negativas” como la vergüenza o la culpa cobran una gran importancia para remediar este fracaso. Aun cuando la culpa y la vergüenza no gozan de muy buena fama, y que incluso se han considerado como obstáculo para la salud mental, “no podemos negar su efectividad para guiar a los niños hacia conductas prosociales” (Shapiro, 1997, p. 47). Shapiro (1997) sostiene que los padres no deben ignorar que “las emociones negativas, particularmente la vergüenza y la culpa, constituyen también aspectos importantes en la edificación del carácter de su hijo” (p.33), y que estas emociones deben ser usadas en la educación emocional de los niños cuando " formas menos drásticas de disciplina han fracasado” (Shapiro, 1997, p. 48).
La tesis de Shapiro (1997) no es una de esas tesis que se aceptan de buenas a primeras: se piensa que la culpa y la vergüenza son emociones que sirven para controlar el comportamiento de los sujetos. Junto al Código Penal que prevé penas para aquellos que cometan conductas que el legislador ha considerado reprochables, la moral controla el comportamiento de los sujetos: la infracción de una norma ética provoca un malestar en el sujeto “una sensación de malestar emocional profundo: el sentimiento de culpa o de vergüenza por lo realizado” (Echeburúa, Corral, y Amor, 2001, p. 907).
Mientras que la culpa tiene sus raíces en el interior del sujeto, “en pautas y expectativas internas” (Shapiro, 1997, p. 49), y regula el comportamiento del sujeto desde el interior del mismo supliendo la “necesidad de controles externos” (Echeburúa, Corral, y Amor, 2001, p. 908), la vergüenza tiene su origen en el exterior del sujeto, en las expectativas de los demás que, cuando son defraudadas por el comportamiento del sujeto causan en él malestar (Shapiro, 1997). Para Shapiro (1997), la culpa es un motivador “moral más poderoso y duradero que la vergüenza” (p. 49).
¿Cómo usar la vergüenza y la culpa en la educación emocional de los hijos cuando se ha fracasado al tratar de enseñarles a tener empatía por los sentimientos de los demás? Shapiro (1997) sugiere que los padres deben reaccionar duramente cuando el comportamiento de sus hijos perjudique a los demás; por ejemplo, si un hijo “si llega dos horas más tarde de la hora establecida para regresar a su casa, esto le provoca a usted una aflicción extrema, y exige que se tomen medidas más extremas” (Shapiro, 1997, p. 50). Sugiere también Shapiro (1997) que los padres deben hacer énfasis en la importancia de ofrecer disculpas cuando se ha cometida una falta que afecta a los demás, en la sinceridad de estas disculpas, “si la disculpa de su hijo no es sincera, no renuncie con facilidad, sino que siga incrementando los requisitos de una disculpa hasta que el niño responda emocionalmente” (Shapiro, 1997, p. 50).
Como se ve, ante la desconexión moral de los niños y adolescentes acosadores, no queda más que echar mano de la culpa y la vergüenza— sentimientos que en principio se piensan negativos— y del castigo: son tan graves las consecuencias del acoso escolar, es tanto el sufrimiento que experimentan las víctimas, que los padres de los niños acosadores deben tomar medidas severas, como lo aconseja Shapiro, para evitar ese daño. Además, si un o una adolescente es insensible ante el sufrimiento que causa a un compañero de colegio, cabe pensar que esa misma indiferencia, esa misma desconexión moral, puede llevarlos a cometer actos que, por su gravedad, pueden estar tipificados en código penal. Cuando la educación emocional de los hijos ha fallado, sólo el resta el castigo para ayudarlos a evitar la sanción estatal que usualmente es la cárcel. Cabe recordar aquí que el castigo que inflijan los padres a sus hijos no puede valerse de la violencia, ni física ni psicológica, y no puede ser ni cruel, ni inhumano, ni degradante (Corte Constitucional, 1994)
Referencias
Corte Constitucional. (1994). Sentencia C-371/94 del 25 de agosto de 1994. Expediente D-510 M. P. José Gregorio Hernandez.
Echeburúa, E., Corral, P., y Amor, P. (2001). Estrategias de afrontamiento ante los sentimientos de culpa. Análisis y modificación de conducta, 905-929.
Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.
Gómez, O., Romera, E., y Ortega, R. (2017). La competencia para gestionar las emociones y la vida social, y su relación con el fenómeno del acoso y la convivencia escolar. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 27-38.
Shapiro, L. (1997). La inteligencia emocional de los niños. México: Vergara Editor.
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