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Foto del escritorDiana Carolina Cárdenas

Explorando la dimensión emocional en las relaciones humanas



La particularidad en el procesamiento y expresión emocional en la interacción humana está moldeada por una serie de factores interconectados. La neuroquímica cerebral, por ejemplo, juega un papel esencial en cómo percibimos y vivenciamos emociones como la tristeza, la felicidad o la ansiedad. Es fundamental, sin embargo, reconocer que si bien los aspectos biológicos son cruciales en la conformación de nuestra experiencia emocional y comportamental, no son absolutamente determinantes. Nuestra capacidad de adaptación y cambio subraya la interacción dinámica entre la biología, el entorno y nuestras experiencias personales, sugiriendo que no estamos irrevocablemente fijados por nuestras circunstancias biológicas iniciales. 


Además, las experiencias tempranas de la vida y en particular, la naturaleza del vínculo establecido con los cuidadores, ejercen una influencia significativa y prolongada en nuestros procesos de asimilación y expresión emocional,


(…) existen ciertas experiencias tempranas que disponen a las personas a reaccionar de una determinada manera a eventos ambientales e interpersonales. Lo anterior puede observarse, por ejemplo, a partir de la Teoría del Apego, línea de investigación que permite comprender el rol del aprendizaje emocional fruto del intercambio entre un bebé y su cuidador, y la capacidad que tendrá posteriormente el individuo para enfrentarse con situaciones amenazantes (Bowlby, 2003). De esta forma, el patrón de apego puede ser entendido como una suerte de predisposición emocional/relacional, que se pondrá en juego cada vez que interactuemos con otros seres humanos, determinando entre otras cosas nuestra tendencia a acercarnos o alejarnos del otro, o el grado en el cual nos permitimos expresarle o no nuestras emociones. (Bowlby, citado en Poblete & Bächler, 2016, p. 62)

Considérese, por ejemplo, el apego seguro, que se desarrolla cuando los cuidadores son receptivos y atienden las necesidades del niño. Estos niños tienden a convertirse en adultos que confían en sus relaciones, muestran resiliencia emocional y se sienten cómodos en soledad. Por otro lado, un apego ansioso se puede formar cuando los cuidadores son inconsistentes en su atención, resultando en adultos que pueden ser excesivamente dependientes y temerosos del rechazo.


No obstante, los avances en los estudios sobre neuroplasticidad han arrojado luz sobre cómo nuestras experiencias negativas en la infancia, que ejercen una influencia significativa en nuestra vida adulta, pueden ser transformadas a través del desarrollo de nuevas redes neuronales. Esta capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas conexiones ofrece una perspectiva esperanzadora para la superación de las secuelas emocionales tempranas. 


En este entramado de influencias, la cultura ocupa también un lugar destacado, estableciendo normativas y expectativas sobre qué emociones expresar y de qué manera se deben manifestar. El aspecto cultural marca una diferenciación entre emoción y sentimiento, pues mientras la primera corresponde a un estado del organismo generado como respuesta a situaciones relevantes en relación con la supervivencia o la reproducción, el sentimiento:


(…) son emociones que han pasado por la razón y la conciencia, que son emociones culturalmente codificadas y que, por tanto, tienen algo de artefacto, forman parte del mundo (…) de los humanos. Las emociones entonces, formarían parte “del mundo primero, del que se experimenta de forma inmediata” y los sentimientos se referirían a la significación que el sujeto le otorga a esas emociones. Tal significación es social y cambia según las relaciones y lugares en donde se realiza. (Fericgla, citado en Arboleda, Bustamante & Navarro, 2013, p.362)

Nuestra dimensión afectiva también incide en lo emocional. Presenta una naturaleza dual: influye en nuestras interacciones y al mismo tiempo, es influenciada por ellas. Cuando interactuamos con otras personas, lo afectivo desempeña varios roles cruciales:


a) función informativa: las reacciones afectivas propias y ajenas son portadores de información que el sujeto usa para realizar juicios de valor en función de valor informacional percibido; y b) función motivacional, directiva y reguladora de la conducta, por cuanto genera disposiciones que activan a la acción.  (Aznar, 1995, p. 67)    

      

Por otra parte, Martínez & Otero (citado en Andrade, 2012) semana que la afectividad se caracteriza por ser una serie de experiencias subjetivas que impactan profundamente a la persona, pudiendo ser experimentadas de manera positiva o negativa. Estas vivencias varían en su intensidad, duración y particularidad. Facilitan la forma en que las personas perciben y se conectan con su entorno y con ellas mismas, permitiéndoles interactuar de un modo único con su mundo interno y externo.


Esta definición pone de relieve varios aspectos cruciales en la comprensión de la afectividad y su impacto en la esfera emocional de los individuos. Es esencial reconocer, en primer lugar, que la afectividad posee un carácter profundamente interno y subjetivo. Así, frente a un mismo estímulo o situación, dos personas pueden experimentar y manifestar emociones notablemente diferentes. 


Hasta ahora, queda claro que la emoción es un fenómeno multifacético que necesita ser examinado desde una perspectiva amplia. Específicamente en la educación, es fundamental reconocer que las interacciones están impregnadas de elementos emocionales y que estas emociones son moldeadas por una variedad de factores interconectados. Mirar este panorama completo implica enfocarse en el individuo en su totalidad, tomando en cuenta todas sus dimensiones. 


La complejidad inherente a las emociones demanda un enfoque multidisciplinario en su estudio y aplicación, especialmente en un entorno tan influyente como el educativo. Es esencial que los educadores colaboren estrechamente con otros profesionales dentro de la escuela, como psicólogos, orientadores, y trabajadores sociales, para abordar de manera integral la experiencia emocional de los estudiantes. Esta colaboración permite una mejor comprensión y respuesta a las necesidades emocionales del alumnado. 

Es crucial que los educadores se mantengan al tanto de los avances en distintas áreas del conocimiento que aportan luz sobre la comprensión de las emociones. Desde la neurociencia y la psicología hasta la sociología y la antropología, cada disciplina ofrece perspectivas valiosas que pueden enriquecer las prácticas pedagógicas y las estrategias para fomentar un desarrollo emocional en los estudiantes. La actualización continua en estos campos no solo amplía la base de conocimientos del educador, sino que también potencia su capacidad para adaptar sus métodos de enseñanza a las necesidades emocionales y cognitivas de sus estudiantes.


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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 


  • Andrade, S. (2012). La mediación: un proceso social, humano y educativo de afectividades compartidas. Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología22(64), 199-221.

  • Arboleda, G. M. L., Bustamante, A. R., & Navarro, L. J. M. (2013). La dimensión biológica y la dimensión cultural como asíntotas de la emoción: una posibilidad actual en la comprensión de la emoción. Revista Colombiana de Ciencias Sociales4(2), 357-366.

  • Franco, D. F. (2023). La educación en la afectividad en el aula: Algunas pistas didácticas. Revista Boletín Redipe12(1), 73-100.

  • Minguet, P. A. (1995). El componente afectivo en el aprendizaje humano: sentido y significado de una educación para el desarrollo de la afectividad. Revista española de pedagogía, 59-73.

  • Poblete, O. G., & Bächler, R. C. (2016). Interacción y emoción: Una Propuesta integradora. Revista Argentina de Clinica Psicologica25(1), 57-66.

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