
Diversos estudios han examinado las causas del castigo físico y han identificado factores como el nivel educativo y la condición socioeconómica de los padres. Se ha observado que los padres con niveles educativos más bajos y entornos socioeconómicos adversos tienden a utilizar el castigo físico con mayor frecuencia. No obstante, Aguirre, Montoya y Reyes (2006) señalan que los estudios todavía no ofrecen conclusiones definitivas, dado que, incluso en situaciones adversas, los padres pueden adoptar estilos de crianza que favorezcan tanto el desarrollo como el bienestar de sus hijos y de ellos mismos.
También se ha encontrado que las emociones que los padres y cuidadores experimentan en la relación con sus hijos influyen en cómo responden al mal comportamiento. Según Aguirre et, al. (2006), "si sienten una alteración emocional muy fuerte, los padres tienden a estar menos preparados para regular su comportamiento y sus emociones. Así, cuando los padres están de mal humor, tienden a hacer atribuciones negativas sobre el mal comportamiento de sus hijos y a escoger el castigo físico como respuesta" (p. 37). Por consiguiente, es crucial que los padres reconozcan y manejen su enojo de manera adecuada. Además, esto subraya que, en algunas situaciones, el problema puede no estar en el comportamiento del niño, sino en la manera en que el adulto lo percibe, influido por sus propias emociones y dificultades.
En consonancia con las exigencias del mundo adulto, es fundamental reflexionar sobre el papel del castigo físico en un contexto marcado por ritmos acelerados y una fuerte orientación hacia la productividad. En este entorno, el efecto inmediato del castigo físico podría estar siendo reemplazado por el uso del móvil, que distrae a los niños y los mantiene en un estado de aparente calma. Sin embargo, diversos estudios han evidenciado los efectos negativos para los menores. Para explorar más a fondo este tema, te recomendamos nuestros blogs:
Entre las razones por las que los padres continúan utilizando el castigo físico se encuentran la falta de alternativas percibidas y la conveniencia que este método representa para ellos.
(…) podemos ver que el castigo físico parece ser más conveniente o necesario para el padre que para el niño, ya que puede ser una herramienta utilizada por los padres con el fin de lograr que los niños se comporten de una determinada manera y obedezcan inmediatamente. Así mismo, los padres pueden utilizar métodos físicos de disciplina porque no manejan información relacionada con las capacidades de sus hijos para actuar de manera apropiada, comprender y asumir la responsabilidad por su mal comportamiento, algo que a medida que crecen se va desarrollando. (Aguirre, Montoya y Reyes, 2006, p. 40)
Aunque el castigo físico puede proporcionar un alivio inmediato para los padres al lograr una rápida regulación del comportamiento del niño, diversas investigaciones han demostrado que sus efectos a largo plazo son perjudiciales para los menores. La crianza es un proceso bidireccional: si los hijos no se desarrollan adecuadamente, los padres también se verán afectados. Por lo tanto, se concluye que a mediano y largo plazo el castigo físico no es beneficioso para ninguna de las partes involucradas.
Este panorama, exige la búsqueda de herramientas y propuestas que promuevan el cuidado y el bienestar futuro de los niños y cuidadores. Es fundamental reconocer que rechazar el uso del castigo físico no significa abandonar las normas, los límites y el control en el proceso de crianza. Esta comprensión es esencial para abordar la polarización entre quienes defienden el castigo, basándose en una supuesta distinción entre castigos leves y severos y quienes abogan por su erradicación.
Gershoff (2002) replica a estas críticas, mostrando que hay una seria dificultad que surge cuando se quiere delimitar el grado de severidad o moderación del castigo, o cuando se quieren definir las condiciones en las que el castigo corporal puede ser respaldado o rechazado como un método de disciplina. Con esto se hace claro que apoyar el empleo del castigo físico no es una tarea muy fácil, y frente al cual surge un interrogante que revive el nivel ético de la controversia: si a manera de hipótesis se aceptara que el castigo moderado no tiene consecuencias serias para el desarrollo de los niños, ¿esto es suficiente para no rechazar toda forma de castigo o criticar las leyes en contra de su empleo? A este respecto algunos contradictores del empleo del castigo, sostienen que es preferible para el bienestar de los niños guiarse por uno de los principios de Hipócrates: Primero, no hacer daño. (Gershoff, 2002, citado en Aguirre, Montoya y Reyes, 2006, p. 45)
Quienes defienden el castigo moderado, olvidan que existe un alto riesgo de que los padres de familia o cuidadores en general, puedan perder de vista esos límites difusos entre lo que se considera castigo moderado y castigo severo, con lo cual los padres se podrían ver involucrados en una escalada progresiva de conductas abusivas.
(…) el uso del castigo físico aumenta el riesgo de que los padres se vean involucrados en una espiral de episodios de abuso, ya que el uso de formas suaves de castigo físico puede perder su efectividad a medida que pasa el tiempo y los padres se ven comprometidos en el incremento de sus acciones violentas en contra los niños. Además, la confianza que desarrollan los padres en los métodos físicos de control, deriva en una falta de habilidad para ejercer disciplina a través de técnicas diferentes, quedando atrapados en la repetición del castigo corporal. (Aguirre, Montoya & Reyes, 2006, pp. 33-34)
Frente a los enfoques tradicionales de crianza, se ha propuesto el modelo de parentalidad positiva, en el cual la parentalidad se comprende como el rol que asumen los padres y cuidadores en el proceso de crianza de sus hijos. Este modelo, propuesto en la Recomendación 19 del Comité de Ministros del Consejo de Europa a los Estados Miembros sobre Políticas de Apoyo al Ejercicio Positivo de la Parentalidad, se alinea estrechamente con el enfoque basado en los derechos de la infancia y la adolescencia, según la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. La parentalidad positiva se fundamenta en principios de afecto, apoyo, comunicación y establecimiento de reglas, promoviendo el cumplimiento a través del razonamiento inductivo como método de disciplina. Su objetivo es fomentar la autonomía y la cooperación en los niños y niñas, sin renunciar a la autoridad, sino ejerciéndola de manera que favorezca un desarrollo sano y respetuoso en la relación entre padres e hijos.
Nos referimos a la necesidad de sustituir el concepto de autoridad parental, centrado únicamente en la necesidad de lograr metas de obediencia y disciplina en los hijos e hijas, por otro más complejo y demandante como es el concepto de responsabilidad parental. Según este concepto, la cuestión clave no es si las figuras parentales deben ejercer la autoridad para que sus hijos/as les obedezcan, sino cómo ejercerla de modo responsable para que se preserven los derechos de los mismos, sin menoscabar los de padres y madres, y se fomenten sus capacidades críticas y de participación en el proceso de socialización, al mismo tiempo que se promueve progresivamente su autonomía y contribución a la vida comunitaria. (Amorós, et, al., 2015, p. 2)
alternativas para el bienestar de niños y cuidadores
En el modelo de crianza positiva, tanto los padres como los hijos participan activamente en la construcción de acuerdos a través de la negociación y la adaptación conjunta. Sin embargo, es importante destacar que no todo puede ser objeto de negociación. Los padres y cuidadores, como adultos, deben establecer ciertos mínimos indispensables para garantizar tanto el bienestar y la seguridad de los niños como el de ellos mismos. “Se propone un control parental basado en el apoyo, el afecto, el diálogo, la cercanía y la implicación en la vida diaria de los niños y adolescentes. A diferencia del modelo de control del estilo autoritario por parte de los padres, la autoridad en la parentalidad positiva se encuentra basada en el respeto, la tolerancia, la comprensión de ambas partes.” (Capano, 2013, p. 90)
Aguirre, Montoya y Reyes (2006) señalan que las condiciones socioeconómicas, políticas, sociales y culturales influyen significativamente en la manera en que se ejerce la crianza. Por consiguiente, es fundamental considerar estas condiciones y evaluar qué tan favorables o desfavorables son para este ejercicio. En el caso específico de América Latina, donde muchos padres deben dedicar gran parte de su tiempo al trabajo, se presentan dificultades evidentes para acompañar de manera continua al niño o niña. Sin embargo, aunque es importante ser consciente de estos factores, no deben considerarse como elementos determinantes, ya que, en última instancia, la calidad del vínculo siempre será lo más importante.
En la siguiente tabla se presentan los pilares de este modelo de crianza de acuerdo con Capano (2013):
Vínculos afectivos cálidos | Funcionan como barrera de protección, de ser duraderos, generan aceptación y sentimientos positivos. En este sentido se podría promover el fortalecimiento de los vínculos afectivos en la familia a lo largo de su desarrollo.
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Entorno estructurado | Aporta guía y orientación para el aprendizaje de normas y valores. Esto promueve la instalación de hábitos y rutinas con el fin de organizar las actividades diarias. Se ofrece al niño un sentimiento de seguridad a través de una rutina predecible y del establecimiento de los límites necesarios. |
Estimulación y apoyo | Para el aprendizaje a nivel familiar y educativo formal con el fin de lograr una alta motivación y el desarrollo de sus capacidades. Esto supone conocer características y habilidades de sus hijos. Es importante compartir tiempo de calidad con ellos.
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Reconocimiento | De sus relaciones, actividades y experiencias, del valor que ellos tienen, sobre sus preocupaciones y necesidades. Es vital nuestra comprensión y tener en cuenta sus puntos de vista. Sería importante escucharlos y valorarlos como sujetos con pleno derecho.
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Capacitación | Apunta a potenciar el valor de los hijos e hijas, a que se sientan protagonistas, competentes, capaces de producir cambios e influir con su opinión o accionar a los demás. Es significativo el establecimiento de espacios de escucha, reflexión y explicaciones de los mensajes que llegan a la familia y a ellos.
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Educación sin violencia | Descartar toda forma de castigo físico o psicológico. Eliminando de esta manera la posibilidad de que imiten modelos de interacción inadecuados, degradantes y violatorios de los derechos humanos. Elogiar su buen comportamiento, y ante su mal comportamiento reaccionar con una explicación y, si es necesario, con una sanción que no los violente (ni física, ni emocionalmente), como imponerles un “tiempo de reflexión”, reparar los daños, reducir su dinero para gastos personales, etc |
Información extraída de Estilos parentales, parentalidad positiva y formación de padres de Capano & Ubach, 2013.
BIBLIOGRAFÍA
Aguirre, E., Montoya, L. M., & Reyes, J. A. (2006). Crianza y castigo físico. En Aguirre, E., Diálogos 4. Discusiones en la Psicología Contemporánea. Bogotá, DC (Colombia): Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Cien.
Capano, Á., & Ubach, A. (2013). Estilos parentales, parentalidad positiva y formación de padres. Ciencias psicológicas, 7(1), 83-95.
Rodrigo, M. J., Amorós, P., Arranz Freijo, E., Hidalgo García, M. V., Máiquez, M. L., Martín, J. C., ... & de Municipios, F. E. (2015). Guía de buenas prácticas en parentalidad positiva. Un recurso para apoyar la práctica profesional con familias.
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