¿Controlar o guiar? Cómo la autoridad legítima transforma la cultura organizacional
- Diana Carolina Cárdenas
- hace 2 días
- 3 Min. de lectura

¿Por qué, a pesar de manuales, capacitaciones y lemas institucionales, la convivencia en
muchas organizaciones sigue siendo tensa o frágil?
Es común que se implementen políticas internas, campañas sobre valores o premios
simbólicos para promover un buen clima laboral. Pero si estas acciones no están alineadas
con el día a día ni respaldadas por una dirección coherente, solo generan escepticismo. En
lugar de construir cultura, minan la credibilidad.
Una sana convivencia se construye cuando cada miembro comprende, respeta y vive los
valores que dan forma a la cultura organizacional.
El costo del control
Cuando los valores organizacionales no se comprenden ni se viven con coherencia, muchas
veces la respuesta desde la dirección es endurecer el control. Se vuelven comunes las
políticas hiperreguladas, la vigilancia constante, los reportes excesivos y los sistemas de
sanción que apuntan más al miedo que al aprendizaje.
Pero ese enfoque tiene consecuencias profundas. En entornos rígidos, los equipos no solo
dejan de proponer; también dejan de pensar por sí mismos. Cada decisión empieza a verse
como un riesgo. Las personas hacen lo mínimo necesario para no tener problemas, no para
mejorar lo que hacen. El resultado es una cultura de cumplimiento vacío: todo se hace
“porque toca”, no porque importe.
La innovación se apaga. No porque falte talento, sino porque nadie quiere exponerse. ¿Para
qué sugerir un cambio si será ignorado, cuestionado o castigado? Las ideas se guardan, los
problemas se ocultan y el trabajo se vuelve mecánico.
Los supervisores, muchas veces sin mala intención, replican lo que ven arriba. Si el
liderazgo basa su gestión en la desconfianza, ellos asumen que deben hacer lo mismo. Así,
el control se convierte en un estilo de relación, no en una medida puntual. Se desconfía del
equipo, se penaliza el error y se refuerzan dinámicas de vigilancia que deterioran los
vínculos.
Este tipo de clima puede sostener resultados en el corto plazo, pero el precio es alto:
rotación, desgaste emocional, pérdida de sentido y, sobre todo, una cultura donde las
personas no se sienten valoradas.
El poder no es el problema
Vale detenerse en una idea clave: el problema no es el poder en sí, sino cómo se ejerce.
Como señalaba Foucault, el poder no solo reprime; también produce. Da forma a lo que
sabemos, a lo que deseamos y a cómo actuamos. Está presente en toda relación.
Las organizaciones se estructuran a través de jerarquías y roles. Etkin y Schvarstein llaman
a estas relaciones “díadas institucionales”. Cuando el poder se ejerce para proteger, facilitar
e incluir, fortalece la convivencia. Pero cuando se usa para excluir o imponer, la debilita.
La autoridad se construye, no se impone
El poder puede imponerse. La autoridad no. La autoridad se construye. No nace del miedo,
sino del respeto. No basta con tener un cargo. Hace falta integridad, criterio, diálogo y
coherencia en las decisiones.
Cuando un líder es justo, escucha, pone límites claros y actúa con principios, el equipo lo
reconoce como una figura legítima. Esa autoridad promueve participación, protege valores
compartidos y sostiene una convivencia sana.
¿Cómo se ve esto en la práctica?
Un jefe que aplica las mismas reglas que exige.
Una gerente que reconoce sus errores en público.
Un supervisor que escucha activamente antes de decidir.
Un líder que no esquiva conversaciones difíciles, pero siempre las enfrenta con
respeto.
Inspirar, no imponer
En tiempos donde muchos líderes evitan poner límites por miedo a parecer autoritarios, es
clave entender la diferencia: el poder impone; la autoridad inspira. Una dirección presente,
humana y firme no obstaculiza la convivencia, la hace posible. Porque la verdadera
influencia no viene del cargo, sino de la conducta diaria que valida a quien lidera.
Lo que sí cambia una cultura
Cambiar la cultura de una organización no empieza por una campaña ni por un lema en la
pared. Empieza por líderes que entienden que la autoridad es cultivar confianza todos los
días. Construir autoridad legítima no es fácil. Pero es el único camino hacia una cultura que
funcione de verdad.
Escucha. Sé claro. Sé justo. Actúa con coherencia. Y, sobre todo: lidera desde el ejemplo.
BIBLIOGRAFÍA
Gómez, I. O. G. (2010). Dos palabras:¿ Autoridad o Poder?. Lupa empresarial.
Vargas, Ó. H. G. (2009). El concepto de poder y su interpretación desde la perspectiva del
poder en las organizaciones. Estudios gerenciales, 25(110), 63-83.
Lideramás (24 febrero 2025). Convivencia saludable: Cómo establecer límites es un factor
clave. Spotify.
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