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PADRES Y ADULTOS TAMBIÉN SON CULPABLES DEL ACOSO ESCOLAR Y EL CIBERBULLYING

“Los peces más grandes del río son de esa manera porque nunca fueron atrapados”. 

Frase de Ewan McGregor, en la película “El gran pez”



Los niños (as) como los peces crecen según el tamaño de la pecera. Esta premisa por sí sola no es cierta. Lo cierto es que sí están influenciados por el tamaño de esta. Mientras más pequeña sea una pecera más fluctuaciones padecerá y más estrés tendrá el pez, o en nuestro ejercicio, entre menos confiable y/o pequeño sea el hábitat y/o el ambiente en el que se desarrolla el niño (a), más estrés le generará. Hay que tener en cuenta que el estrés puede afectar a cualquier especie y que son variados los factores que lo causan. Uno de los más importantes la sobrepoblación, un mayor número, aumenta los niveles de cortisol (hormona que libera el cuerpo como respuesta al estrés), lo que bloquea las vías hormonales que se exponen en el crecimiento. 


Entonces el espacio si tiene efecto sobre el crecimiento, pero no directamente. Es más un tema de densidad de la población en correlación al período de crecimiento, donde es necesario un mayor cuidado, una atención especial para reducir los desechos, que afectan menos en mayor litraje. Es un tema de oxigenación, que reduce la toxicidad de los desechos. De luz, pues está comprobado que el crecimiento se da más en fotoperiodos más largos, porque produce más consumo de alimentos y combinado con una buena temperatura acelera el metabolismo.

Para óptimo crecimiento y desarrollo de niños y adolescente también se requiere de ampliar espacios. De permitirles que sean oxigenados con nuevas ideas. Generar en ellos filtros que les ayuden a sobrellevar lo no deseado. Que estén en un buen clima social. Que perciban la luz de otros. Que aceleren los procesos físicos y químicos de sus cuerpos.   


“…el funcionamiento del cerebro del adolescente. Cada vez que tienen “éxito” (así es como ellos lo perciben) en algún tipo de relación social, su cerebro segrega oxitocina. Esta hormona, que vinculamos a las relaciones interpersonales, produce sensación de bienestar, confianza y reducción de inseguridades”. (Unicef, 2021, Ficha 5,Pg.5)

Ser aceptado en el hábitat resulta gratificante psicológica y biológicamente, especialmente en la adolescencia. Ser invitados a una fiesta, recibir mensajes halagadores, “like” en las fotos y demás actividades entre pares, activa el funcionamiento de sus cerebros. Esa necesidad de pertenecer se potencia, se vuelve vital.  


Pero esa búsqueda de aprobación y de identificación tiene la otra cara: la de una alta sensibilidad al rechazo. Nadie quiere ser excluido.


“Cuando los adolescentes sienten el rechazo de sus pares, se encienden zonas de su cerebro asociadas a la amenaza de salud física o falta de alimentos. A nivel cerebral perciben el rechazo social como una amenaza real a su propia existencia”. (Unicef, 2021, Ficha 5,Pg.6)

Ese es el desamparo que se franquea bruscamente en el Ciberbullying, donde los espacios se cierran, donde el ambiente se llena de una toxicidad que no les permite recibir oxígeno y menos ver luces de solución. Donde se bloquea el crecimiento. 


“Esto ha provocado peores efectos en los menores que lo sufren, en comparación con los que hasta hace unos años solamente (que no es poco) sufrían las peleas en la puerta del colegio o el hostigamiento de los compañeros de clase y acosadores. Este empeoramiento se debe a que a través del cyberbullying los acosadores invaden un espacio más de la vida de la víctima, que ve cómo deja de disponer del que en algunos casos era su único espacio o ámbito de tranquilidad, lo que hace que el acoso sea un más grave sí cabe”. (Inteco,2013, Pg.4)

Al reducirse el espacio de desarrollo, se multiplica el estrés. En ese estado es más complejo validar voces, encontrar salidas. Un aspecto preocupante, porque la mayoría de los menores cierran sus canales de comunicación, no buscan la ayuda de los adultos, no se sienten cómodos hablando con sus padres sobre estas situaciones. 


“… aunque reconozcan racionalmente el bien del mal, estas capacidades pueden ser interferidas con mucha facilidad por sus emociones o por las influencias de sus pares. Los entornos en los que se da la toma de decisiones y un estado emocional alterado pueden llevarlos a realizar actos peligrosos, inapropiados, a actuar irresponsablemente”. (Unicef, 2021,Ficha 2, Pg.6)

En este estado es importante acudir y apoyar al cuidador de la pecera. Para los jóvenes la familia y la experiencia de los adultos juegan un papel fundamental en la prevención, guía y eliminación de factores de riesgo. Si bien es cierto que los agresores directos son responsables de estas conductas, también es importante reconocer la tarea significativa que corresponde a padres y adultos. 


Los conocedores saben que estar cerca a los menores, supervisarlos personalmente y participar en las actividades que desarrollan, son las mejores formas de prevenir el abuso. De esa manera es más fácil detectar el acoso físico y cibernético. Encontrar mensaje de texto, publicaciones o comentarios violentos o malintencionado. Descubrir fotos o vídeos vergonzosos, aún si están bajo formas de acoso menos evidentes.


Explorar parte de lo que piensan los menores, las posibles razones por las cuales guardan silencio y no le cuentan a sus padres o los adultos sobre el acoso (ciberbullying), brinda valiosas pistas para encontrar caminos de acercamiento y conversación.


Lo primero es el miedo. Con frecuencia lo menores que han sido maltratados desarrollan miedo, imaginan que les echarán la culpa o que no les van a creer. Temen que, si cuentan, los adultos los castigaran o reaccionaran de manera exagerada. Que podrían confrontar a los agresores, lo que empeoraría la situación. Los menores pueden sentirse, o haber sido, amenazados por lo que prefieren guardar silencio. 


Falta de confianza y de comunicación. Si los menores no tienen un dialogo abierto con los adultos o sus padres, o han tenido experiencias previas donde no se ha respetado su privacidad o no han sido escuchados, es probable que no se sientan cómodos hablando de este tipo de situaciones difíciles. En la misma vía de escrúpulo y desconexión, esta sentirse avergonzados o culpables. Creer que ellos son el problema y que los adultos cercanos pensarán igual.


Ignorancia. La mayoría de los menores no dimensionan el problema, experimentan negación y quisieran borrarlo todo. No siempre son plenamente conscientes de que están siendo víctimas de acoso, y puede serles difícil identificarlo o confundirlo con situaciones normales.

Los expertos recomiendan a los adultos seguir unas pautas básicas al abordar a los jóvenes:


  • Evitar que el menor se sienta culpable por la situación.

  • Mostrar la plena disposición de los adultos a ayudarle a resolver el problema.

  • Hacer preguntas abiertas para tratar de averiguar lo que ha sucedido y quién es el presunto acosador. Se puede acudir también a los amigos del menor para que ellos aporten su parte de la historia… 

  • Proponer una respuesta eficaz a la situación y contar con su cooperación para llevarla a cabo… acudir al centro escolar y preguntar a los profesores si han detectado algo...


Estas son recomendaciones para abordar a las víctimas. Pero no hay que olvidar que el acosador también hace parte del tema: 


en el caso de que detectemos que nuestro hijo es el acosador, hay que mostrarle que no se puede consentir un tipo de actuación de estas características y, en ningún caso, enmascararle, ya que es completamente perjudicial para él por el desarrollo de una actitud hostil hacia el resto de la gente que le puede perjudicar en el futuro. Hay que enseñarle que el abuso no puede ser una herramienta en sus relaciones personales. (Inteco,2013, Pg.9)

Como los cuidadores de las peceras, los padres tienden a pasar por alto signos y síntomas tóxicos. Porque es difícil creer que pueda suceder, muchas veces prefieren negarlo. Sin embargo, un menor que ha sido abusado necesita apoyo y tratamiento especial lo antes posible. Cuanto más tiempo se les deje hacer frente a la situación por sí mismos, más difícil será para ellos poder sanar y desarrollarse física y mentalmente de manera óptima.


Debido a esos posibles descuidos, algunos consideran que los adultos también son culpables del acoso escolar y el ciberbullying. Entre las razones están: 


  • Falta de supervisión: Muchas veces, los adultos no están lo suficientemente presentes para supervisar las interacciones y actividades de los menores en la escuela o en línea. Lo que puede permitir que se desarrollen situaciones de acoso sin ser detectadas a tiempo.

  • Falta de educación: No conocer y/o no proporcionar una educación adecuada a los menores, donde se les haga consientes del impacto negativo del acoso escolar y el ciberbullying, contribuye a la perpetuar este tipo de situaciones.

  • Falta de intervención: Cuando los adultos tienen conocimiento de situaciones de acoso y no toman medidas para detenerlas, se vuelven cómplices de estas conductas. La inacción puede ser tan perjudicial como la acción misma.


Aceptar o mantener modelos de comportamiento inapropiados: Tanto en el hogar como en la sociedad en general, se pueden transmitir actitudes y comportamientos que fomentan el acoso escolar y el ciberbullying. Si los niños ven a los adultos desvalorizando o burlándose de otros, es más probable que repitan esos comportamientos.


Tener un uso inadecuado de la tecnología: Muchos adultos no están suficientemente informados sobre el uso responsable y seguro de la tecnología, lo que dificulta la protección de los niños y adolescentes. La falta de supervisión adecuada y de medidas de seguridad en línea exponen a los jóvenes a riesgos.


No solo es el acoso. Son muchos los riesgos que se enfrentan en el desarrollo. Por eso es fundamental crear un ambiente de protección, apoyo y confianza en el hogar y en la institución educativa, donde los niños se sientan seguros de poder hablar abiertamente sobre cualquier problema que estén enfrentando. Solo abriendo canales de comunicación efectivos y fomentando un ambiente seguro, podremos combatir estos problemas.


Es fundamental que los adultos asuman su responsabilidad en la prevención y erradicación. Que estén atentos a los cambios en el comportamiento, problemas de sueño, aislamiento social, entre otras señales que puedan indicar que el menor está sufriendo. Es necesario educarnos sobre acoso escolar y ciberbullying para que todos seamos capaces de identificarlo y comunicarlo con confianza, primero a los cercanos y luego a las figuras de autoridad correspondientes, buscar ayuda profesional si es necesario. También implica estar presentes, intervenir activamente y dar un buen ejemplo. Fomentar una cultura de respeto, empatía y solidaridad en la sociedad en general.


Solo a través de un enfoque integral y colaborativo podemos asegurar un entorno seguro y saludable, con un amplio espacio de desarrollo para nuestros hijos. Promover una sociedad libre de acoso escolar y ciberbullying, que no permita que los pequeños se ahoguen en un vaso de agua. 


Bibliografía


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