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¿Cómo la era digital redefine los límites entre lo público y lo privado?

Foto del escritor: Diana Carolina CárdenasDiana Carolina Cárdenas

Actualizado: 7 may 2024

Frase clave: límites entre lo público y lo privado en la era digital

Metatítulo: Límites difusos: Lo público y lo privado en la era digital

Metadescripción: Explora cómo la era digital transforma los límites entre lo público y privado. Descubre los desafíos, cambios y adaptaciones necesarias en nuestra sociedad.

Licencia de imágenes Creative Common

Vivimos en una época donde los límites que separan lo público de lo privado se vuelven cada vez más difusos, sumergiéndonos en un nuevo dilema contemporáneo.


La era digital ha generado transformaciones significativas en nuestra interacción tanto en el ámbito público como en el privado. Fernández (2014) alude al concepto vínculos cibernéticos para caracterizar la relación que establece un individuo mediante aparatos electrónicos. “[…] cada integrante se comunica con “el afuera” mediante los medios de comunicación social, constituyéndose en miembros de otras comunidades más amplias y diversificadas que las agrupaciones tradicionales.” (p. 4). El autor utiliza una metáfora interesante al describir la psiquis de este individuo, comparándola con un radar que permanece en un estado de alerta constante, detectando señales provenientes de diversas fuentes, tanto cercanas como distantes, en un flujo constante y rápido de información simultánea.


En esa perspectiva, la sociabilidad ha ido replegándose cada vez más en la intimidad del hogar, ubicando al individuo en el centro de dicha actividad.


Giddens aporta un término para describir esta deslocalización de las relaciones sociales y los cambiantes alineamientos de tiempo-espacio en las sociedades modernas: el desanclaje que se refiere al despegue que sufren las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción y su reestructuración en indefinidos intervalos espacio-temporales. (Giddens, citado en Fernández, p. 8)

Una ilustración clara de lo expuesto anteriormente es el fenómeno Hikikomori, término introducido por el psicólogo Tamaki Saito en su obra "Aislamiento social: una interminable adolescencia". Los jóvenes Hikikomori optan por permanecer en sus hogares durante años, un comportamiento que ha suscitado preocupación en países como Italia, España, Francia, Corea del Sur y Hong Kong. Particularmente inquietante en las investigaciones sobre estos jóvenes es el papel que juega la tecnología en su autoaislamiento.


A medida que se intensifica la conexión digital y disminuye la interacción humana, muchos Hikikomori encuentran consuelo en el mundo virtual. Internet, videojuegos y otros medios digitales les ofrecen una vía de escape, donde pueden interactuar anónimamente o vivir en mundos virtuales, evitando las presiones y desafíos del mundo real.


Para ampliar esta información: https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-47212332


Este modelo de aislamiento en red presenta tres características distintivas: primero, en comparación con las comunidades de la sociedad pre-industrial, las relaciones se pueden mantener a través de largas distancias; segundo, la mayoría de las relaciones se establecen con múltiples pequeños grupos o con una multiplicidad de individuos; y tercero, las relaciones se producen de manera más sencilla y suelen disolverse con mayor facilidad.


Estos patrones de interacción reflejan lo que el sociólogo Zygmunt Bauman describió como sociedad líquida, donde la desvinculación, la transitoriedad y la inestabilidad son predominantes, "El individuo busca nuevas y cambiantes comunidades de afinidad. Se muestra más frágil, más vulnerable sin el sustento de los valores sólidos y las pertenencias permanentes." (Bauman, citado por Fernández, 2014, p. 9).


La referencia al término individuo denota la falta de vínculos en estos modos contemporáneos de interacción. En este contexto, la individualidad se destaca, no por la autonomía o la autoexpresión, sino por la desconexión y la interacción superficial que caracterizan la comunicación en la era digital.


Desafíos éticos relacionados con la exposición de información personal en plataformas públicas

“(…) los beneficios percibidos de las redes sociales tienen más peso que los riesgos de la información personal revelada” (Debatin, Lovejoy, citados en Tello, 2013, p. 206.).


En la era digital, donde lo público y lo privado se entrelazan, surge un concepto que denota una nueva manera de existir en la realidad virtual: “individuo alter dirigido”. De acuerdo con Fernández (2014) este se refiere a un individuo que se moldea y define en función de la percepción de los demás, dado que la vieja interioridad no garantiza existencia. “Ese espacio interior fue inflado en los Siglos XIX y XX, y ahora asistimos a la pérdida de su espesor, fuerza y valor vital en el hombre contemporáneo.” (Fernández, 2014, p. 8)


La existencia virtual supone la publicación personal de contenido, favoreciendo el intercambio constante y fluido de información a través de redes sociales como Facebook, Tik Tok, Instagram, configurando así una identidad digital en la que es posible encontrar nuestro historial de navegación, hobbies y aficiones, fotos privadas, sentimientos y emociones. Aquellos que no participan en este intercambio y en sus dinámicas -velocidad e inmediatez-, se consideran invisibles.


La información que las personas comparten voluntariamente en las redes sociales es crucial. A menudo, los individuos divulgan datos pensando que pasan desapercibidos, especialmente cuando los destinatarios son desconocidos para ellos. Esto permite obtener detalles precisos sobre las características y preferencias de los usuarios. Además, no se puede subestimar el valor predictivo de estos datos en la identificación de tendencias y actitudes emergentes.


Lo anterior, de acuerdo con Tello (2013), obedece a tres grandes fuerzas: la tecnología que puede monitorear cada movimiento de cualquier individuo con una precisión instantánea; el afán de lucro que lleva a las compañías a rastrear meticulosamente las preferencias de sus consumidores para adaptar la publicidad a ellos; y finalmente, los gobiernos que no solo acceden a gran parte de esta información, sino que también acumulan vastas cantidades de datos en sus servidores.


En este contexto, si entendemos la intimidad como aquello que deseamos mantener en privado, el constante seguimiento de nuestra actividad en línea representa una clara infracción de nuestros derechos. Este monitoreo, impulsado tanto por entidades privadas como gubernamentales, cuestiona la esencia misma de nuestra privacidad en la era digital. Por ejemplo, la forma en que Facebook monetiza los datos personales ha generado controversia, puesto que no solo implica la divulgación de información privada, sino también la obtención de beneficios económicos a partir de datos obtenidos sin el consentimiento claro de sus usuarios. A pesar de las medidas adoptadas para la protección de datos, esta empresa aún no ha ofrecido soluciones concretas a estas demandas.


Frente a la creciente vulnerabilidad en la era digital, las instituciones educativas tienen la responsabilidad de impulsar espacios de reflexión sobre el uso de las redes sociales. Más que proporcionar respuestas predeterminadas, es crucial alentar a los estudiantes a formular preguntas que les ayuden a descifrar la intrincada realidad de la era digital: ¿Qué hace tan seductoras a las redes sociales? ¿Qué estamos sacrificando a cambio de su utilización? En el contexto de las redes, ¿qué aspectos de nuestra vida permanecen genuinamente privados? ¿Cuáles son las repercusiones de compartir mi información personal? ¿Qué propósitos pueden tener dichos datos una vez compartidos? ¿Cómo podemos delinear de nuevo el límite entre la esfera pública y la privada?



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


  • Fernández, C. S. (2014). La vida privada en la sociedad digital. La exposición pública de los jóvenes en internet. Aposta. Revista de Ciencias Sociales, (61), 1-32

  • Tello-Díaz, L. (2013). Intimidad y «extimidad» en las redes sociales. Las demarcaciones éticas de Facebook. Comunicar: Revista Científica de Comunicación y Educación, 21(41), 205-213


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