Ocuparse de las emociones de los estudiantes puede ayudar en la convivencia escolar y puede evitar comportamientos violentos de los estudiantes.
A las emociones las llevamos tan adentro, que muchas veces los demás no pueden siquiera sospechar de ellas. Son nuestras y de nadie más, aun cuando algunas veces nos emocionemos por la misma causa que otros lo hacen. Para nosotros son vivas, urgentes; para los demás, muchas veces, invisibles e indiferentes. Son la motivación —ora evidente, ora profunda— de nuestros actos, y son determinantes también en la convivencia con los demás.
Emociones como la ira, la rabia, el miedo o el rencor, pueden perturbar la convivencia, pueden llevar a quien las siente, incluso, a la violencia. Y cuanto más atroz sea la violencia tanto más serán incomprensibles sus causas, las emociones que la motivaron; más se quedara la mirada de los otros en la materialidad de la violencia, en la perturbación de la convivencia.
Así sucede, por ejemplo, con las masacres cometidas por estudiantes en los colegios de los Estados Unidos: no importan lo frecuentes que sean: tras cada una de ellas, el debate siempre recae en la venta libre de armas en ese país, en lo fácil que es para un muchacho obtener una. Y luego el tema se olvida, para retomarlo con ocasión de la siguiente masacre. Nunca se habla de la verdadera causa de las masacres: más del ochenta por ciento de los muchachos que las han perpetrado ha sido víctima de matoneo (B.Vossekuil, Fein, Reddy, Borum, y Modzeleski, 2002), y por ello ha padecido tristeza, rabia, y humillación; por ello llegó a pensar en acabar con su vida y la de sus compañeros (Lee, 2013).
Por eso, cuando se piensa en convivencia escolar, es aconsejable ir más allá de lo ostensible para indagar criterios que la orienten. Un buen ejemplo de esto el proyecto “Ires y venires”, dirigido por James Frank Becerra , en el marco del cual los estudiantes hicieron una cartografía social de la escuela, es decir, una representación gráfica de ella, un esquema en el que signos ( caras tristes o caras sonrientes) representaban sentimientos y acciones asociadas a espacios. Esta cartografía social permitió a dicho proyecto hacer “una lectura más amplia de como los niños se sienten con respecto a su territorio con respecto a su escuela” y saber " cuáles son esas emociones que tienen los niños, la ira, el miedo, la angustia, el temor, y en que espacios se genera esa angustia y ese temor (Becerra, 2015, párr.8)
Es complejo indagar en el corazón de los estudiantes los criterios para la convivencia escolar, pero es el camino indicado: en las emociones están las causas de nuestras acciones. Las armas que han usado los estudiantes estadounidenses contra sus propios compañeros no son más que instrumentos de su ira, de su rabia, de su rencor. Becerra dijo en entrevista con la Fundación Convivencia, que propondría a las directivas del colegio en que se hizo la cartografía el tenerla en cuenta para evaluar el manual de convivencia del mismo. Es una buena idea.
Referencias
B.Vossekuil, Fein, R., Reddy, M., Borum, R., & Modzeleski, W. (2002). The final report and findings of the safe school initiative: Implications for the prevention of school attacks in the United States. Washington, DC: U.S. Secret Service and U.S. Department of Education.
Becerra, J. F. (3 de marzo de 2015). "Ires y venires” Entrevista al profesor James Frank Becerra. (M. González, Entrevistador)
Lee, J. (2013). School shootings in the U.S. public schools: Analysis through the eyes of an educator. Review of Higher Education and Self-Learning, 88–120.
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