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Foto del escritorRene A. González Ramírez

Enseñar empatía

Hemos dicho en este blog que la inteligencia emocional es el control de sí mismo, que es el carácter. Y esto es cierto, mas parcialmente: la inteligencia emocional comprende no sólo la “capacidad para identificar, expresar y entender aquello que sentimos”, sino también la de “poder comprender lo que sienten los demás” (Gómez, Romera, y Ortega, 2017, p. 29). Dicho de otro modo, la inteligencia emocional comprende tanto el carácter como la empatía, es decir, la capacidad de “identificarse con alguien y compartir sus sentimientos” (Real Academia Española, 2023).





Aun antes de tener consciencia de “su existencia separada” (Goleman, 1996, p. 116), un bebe es capaz de lo que se ha dado en llamar “imitación motriz” (Goleman, 1996, p. 117), que es como una empatía que descansara en la mera apariencia, en la imitación de un gesto: el bebe de algunos meses llora si oye a otro hacerlo; un poco más grande, intentará enjugar en su propio rostro la lágrimas que ve a su madre llorar (Goleman, 1996).

Hacia los dos años y medio, los niños aprenden que su dolor es distinto del de los demás, lo que hace posible en ellos la compasión; al mismo tiempo, “comienzan a manifestar ciertas diferencias en su capacidad de experimentar los trastornos emocionales ajenos (…), algunos (…) se muestran agudamente conscientes de las emociones, otros, por el contrario, parecen ignorarlas por completo. (…)” (Goleman, 1996, p. 117).


Al cabo de los primeros seis años de vida, la tendencia natural, innata, del ser humano a volcarse hacia el sentimiento del otro — primero por la imitación y luego por la compasión—, se convierte en empatía o en indolencia según es orientada hacía una u otra cosa por, entre otros factores, la educación paternal (Goleman, 1996) . Luego de los seis años, lo que pasó con los sentimientos, pasa con las opiniones; tras la respuesta emocional, los niños desarrollan una cognoscitiva que les permite “percibir el punto de vista o la perspectiva de otra persona” (Shapiro, 1997, p. 34). Entre los diez y los doce años, cuando la niñez termina y la pubertad asoma, el objeto de la empatía se amplía para incluir en sí personas y grupos de personas que no se conocen, deviniendo abstracta. “Cuando los niños hacen algo acerca de estas diferencias percibidas a través de actos caritativos y altruistas, podemos suponer que han adquirido en forma completa la capacidad de empatía (…)” (Shapiro, 1997, p. 35).


La empatía y la consciencia de que puntos de vista diferentes al nuestro son posibles en los otros nos hacen capaces de la tolerancia, de la solidaridad y de la justicia: “los hilos que tejen la convivencia” (Gómez, Romera, y Ortega, 2017, p. 28), y nos alejan de la violencia y de la crueldad. Sin empatía abstracta, el niño no podría sentirse parte de grupos más grandes que su familia y la escuela, como su nación, la especie humana, o los seres que sienten dolor. Un niño que no desarrolla su empatía se convertirá muy posiblemente en un sociópata, en un agresor desalmado (Goleman, 1996) .


Como el control de sí mismo, la empatía también puede enseñarse ¿Cómo? No hay una única receta para esto: Shapiro (1997), por ejemplo, tiene la suya: sugiere enseñar a los hijos a practicar actos de bondad aleatorios, para lo cual sugiere comprar un calendario y poner en cada día un acto bondadoso (“algo tan simple como sostenerle la puerta a alguien o llamar por teléfono a un amigo enfermo” (Shapiro, 1997, p. 38)) que los niños deben tener para con los demás; sugiere también involucrar a los hijos en programas organizados de trabajo comunitario, lo cual, además de enseñarles a preocuparse por los demás, puede enseñarles que la cooperación es importante en la vida en sociedad(Shapiro, 1997).


La receta de Shapiro (1997) descansa en actos, en manifestaciones de la empatía, más que en la empatía misma; como descansa en actos la enseñanza que, mediante el ejemplo, dan los padres a sus hijos. Pero en ocasiones no se puede recurrir ni a esa suerte de exhortación al acto que sugiere Shapiro, ni a un modelo de comportamiento, para enseñar la empatía. Ocurre cuando se quiere enseñar al niño la empatía abstracta ¿Cómo puede enseñarse a un niño a sentir empatía por personas o por seres que son diferentes de él? ¿cómo puede enseñarse a un niño a sentir empatía por personas que padecen situaciones que él desconoce? ¿cómo enseñar, por ejemplo, al hijo de una familia acomodada a sentir empatía por las duras jornadas de un obrero o por el desvelo de un vigilante?


Quien escribe puede dar un ejemplo, tomado de su vida personal, de cómo la ficción puede ser un instrumento en la formación de la empatía abstracta: cuando era niño, su madre le regaló una edición de La Cabaña del Tío Tom de Harriet Beecher Stowe, novela que trata del sufrimiento de los esclavos negros en Estados Unidos en el siglo XIX: lejos en el espacio y en el tiempo de esos esclavos negros, el niño que leyó esa novela sintió— como puede hacer sentir una ficción— su sufrimiento, y los compadeció, y supo que la esclavitud es abominable. Ahora un ejemplo de cómo el discurso—en este caso un discurso audiovisual— puede servir en la formación de la empatía abstracta: en un Instituto de enseñanza para niños sordos, fue proyectado un documental en que se mostraba a algunas de las especies “más carismáticas del planeta y [que]concluía con una advertencia sobre la devastación ecológica, yuxtaponiendo imágenes de las humaredas producidas por una planta termoeléctrica con las del oso famélico que flotaba a la deriva sobre una pequeña balsa de hielo” (Comensal, 2023, párr. 3). Terminada la proyección, la maestra encendió la luz del salón; entonces uno de los niños corrió a apagarla, y la maestra volvió a apagarla y el niño volvió a encenderla, y así varias veces: “el niño rebelde quería apagar la luz para salvar al oso de morir por culpa de nuestro consumo eléctrico” (Comensal, 2023, párr. 4).

La compasión de ese niño por el desamparo de un oso polar a la deriva prueba que los documentales, como las novelas, pueden servir en la formación de la empatía abstracta en los niños.


Referencias

  • Comensal, J. (31 de julio de 2023). El niño mexicano que salvó a un oso en silencio. Obtenido de El País: https://elpais.com/mexico/2023-06-25/el-nino-mexicano-que-salvo-a-un-oso-en-silencio.html#?rel=mas

  • Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.

  • Gómez, O., Romera, E., & Ortega, R. (2017). La competencia para gestionar las emociones y la vida social, y su relación con el fenómeno del acoso y la convivencia escolar. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 27-38.

  • Muñoz, C. (2016). Inteligencia emocional: el secreto para una familia felíz. Madrid: Dirección General de la Familia y el Menor.

  • Ospina, A., Peñaloza, A., Venegas, M., & Alvarado, K. (2022). La cognición social en los padres de familia de los niños y adolescentes que presentan problemáticas de convivencia escolar. Revista Virtual Universidad Católica del Norte , 280-304.

  • Real Academia Española. (31 de julio de 2023). Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.6 en línea]. Obtenido de https://dle.rae.es

  • Shapiro, L. (1997). La inteligencia emocional de los niños. México: Vergara Editor.

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