Metatítulo: El pensamiento realista: base del optimismo y de una buena inteligencia
emocional
Metadescripción: La educación emocional de los niños debe partir de una visión realista
que les permita ser optimistas
El concepto de inteligencia emocional trae aparejado el de educación emocional: no se nace con una inteligencia emocional hecha, inmodificable, invariable a la que se estuviera destinado o condenado; la inteligencia emocional de un ser humano se forma a lo largo de su infancia y de su adolescencia. Nuestras emociones, aunque nos parecen inmateriales, no lo son tanto: ante la acción de un agente externo, ante una situación, ante un contexto, nuestro cerebro produce elementos bioquímicos que provocan, a su vez, la reacción del cuerpo (Shapiro, 1997). Es por eso que los padres, al educar emocionalmente a sus hijos, al enseñarles cómo controlar “el funcionamiento de sus cerebros” (Shapiro, 1997, p. 5), modifican la “química de sus cerebros” (p.5).
Se piensa que educar emocionalmente a los niños puede ayudarlos a adaptarse más fácilmente a entornos difíciles, a tener un mejor control de sus emociones y “a ser simplemente más felices” (Shapiro, 1997, p. 5). Desde un punto de vista social, la educación emocional de los niños tiene un efecto directo en la convivencia en la familia y en la escuela. Como podría imaginarse, esta educación es eminentemente práctica; los libros sobre el tema son recopilaciones de ejercicios, de trucos, de prácticas que, según sus autores, ayudan a formar el carácter (otro nombre de la inteligencia emocional) de los niños y de los adolescentes. Esos ejercicios, esos trucos, esas prácticas, están determinados por el contexto, por el momento vital que atraviesa el niño: si el niño es víctima de acoso escolar, entonces los ejercicios deben ayudarlo a enfrentar a sus agresores, a sobreponerse al acoso; si el niño tiene dificultades para relacionarse con los demás, para hacer amigos, los ejercicios deben ayudarlo a relacionarse mejor y más fácilmente, a hacer más amigos; si el niño es irritable, iracundo, los ejercicios deben ayudarle a controlar su ira, etc.
Esto no es un libro, como lo sabe el lector, sino la humilde y breve entrada de un blog; por tanto, no pudiendo abarcar una multitud de circunstancias y problemas que pueden afectar la vida emocional de un menor de edad, esta entrada se limitará a tratar un aspecto importante de la educación emocional de los niños y de los adolescentes ¿Cómo educarlos para enfrentar situaciones difíciles, verdades incomodas o dolorosas? Puede que la respuesta a esta pregunta sea la educación emocional misma, pues la inteligencia emocional ( o “dominio de sí mimo” como la llama también Goleman en ocasiones), consiste precisamente en afrontar las vicisitudes que nos depara el destino (Goleman, 1996).
En primer lugar, debe decirse que el camino para enseñar a los niños y adolescentes a enfrentar situaciones particularmente difíciles no es protegerlos de ellas. “El niño necesita aprender a gestionar las desavenencias, las discusiones, diferencias y problemas, y el núcleo familiar resulta especialmente idóneo para ello” (Muñoz, 2016). Shapiro (1997) ilustra este punto con distintos ejemplos; aquí uno de ellos: cuando los niños se muestran tímidos desde muy pequeños, cuando les es difícil relacionarse con los demás, hacer amigos, los padres pueden asumir dos posiciones diametralmente distintas: la de proteger a sus hijos de esta situación, de calmarlos cuando lloran por esta, o la de mostrar empatía hacia ellos, pero sin reforzar su llanto, ni poniéndolos a salvo de la situación social que les causa estrés, sino por el contrario, exponiéndolos a situaciones similares como si fueran desafíos, pruebas que debiera superar (Shapiro, 1997). Los hijos de los padres que asumen la primera posición no superan la timidez; los hijos de los padres que asumen la segunda, sí.
Superar la timidez, acontecimiento que pareciera, además de heroico, eminentemente espiritual y social, lo es también físico: los padres que ayudan a sus hijos pequeños que se muestran tímidos exponiéndolos a situaciones que les exigen superar su timidez están, al mismo tiempo, modificando el desarrollo el cerebro de sus hijos (Shapiro, 1997).
Si se concibe el cerebro de los niños y de las niñas como un órgano más de sus cuerpos que necesita de ejercicio como su corazón, sus pulmones, sus piernas y sus brazos, las dificultades emocionales que enfrentan al crecer pueden verse como un entrenamiento: cada tribulación es un kilómetro que los niños corren para entrenarse para la vida, que es una maratón de tribulaciones. Los padres que evitan a sus hijos las adversidades para ahorrarles el sufrimiento que viene con ellas, al tiempo que les evitan el cansancio del entrenamiento, los hacen incapaces de correr la carrera. Los padres que hacen lo contrario forman maratonistas de la carrera de la vida.
La realidad es difícil de entender y la mejor manera de entenderla es viviéndola, experimentándola, padeciéndola: su inclemencia, su inexorabilidad, su dolor, hacen parte del aprendizaje de los niños. El diálogo sincero que los padres puedan tener con sus hijos en momentos difíciles es también un valioso elemento de la educación emocional de los menores (Shapiro, 1997).
Si el niño no conoce la realidad no puede tener un “pensamiento realista” (Shapiro, 1997) el cual es la base de un pensamiento optimista. Suena paradójico que la exposición a la realidad, el aprendizaje de su crudeza pueda servir para que los niños puedan ser optimistas; sin embargo, así lo es: para Shapiro (1997) el optimismo es una forma realista y positiva de abordar un problema. Aceptar la realidad tal y como es permite enfrentarla, tomar decisiones que se ajusten a ella (Shapiro, 1997). Parte de esta educación realista de los niños consiste en enseñar a los niños que los problemas que tienen son distintos de ellos mismos, que están fuera de ellos mismos. Los problemas que enfrentan hacen parte de la realidad que los niños están aprendiendo, y conocer su naturaleza es necesario para que los niños puedan tomar decisiones adecuadas para resolverlos, para superarlos (Shapiro, 1997). Los niños mismos, sus cualidades y sus defectos, sus fortalezas y sus debilidades, hacen parte de esa realidad que los niños deben conocer tal y como es. Por tanto, las palabras de aliento que dibujan una imagen falsa del niño no le ayudan a resolver sus problemas.
Por ejemplo, un comentario como: “Puedes hacer cualquier cosa que te propongas”, es demasiado impreciso y no es realmente cierto. Nadie es bueno en todo. Asimismo, un comentario como: “Consíguelo” no es más que una forma de aliento. El optimismo no significa simplemente alentar. Es una forma positiva y realista de considerar un problema (Shapiro, 1997, p. 66).
Veracidad y sinceridad son, pues, elementos primordiales en la educación emocional de los niños; veracidad y sinceridad sobre los problemas difíciles que enfrentan los niños; verdad y sinceridad sobre las capacidades y limitaciones de los niños. Otro elemento de esa educación es la certeza de que los problemas que se presentan en la vida de los niños, por más que sean duros, dolorosos y difíciles de comprender, son los primeros problemas de la serie de problemas que es la vida y, por tanto, su comprensión es esencial para la comprensión de los innumerables problemas que seguirán; son los primeros metros, los primeros kilómetros de una, muchas veces, dolorosa maratón. Los padres son entrenadores.
Referencias
Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.
Muñoz, C. (2016). Inteligencia emocional: el secreto para una familia felíz. Madrid: Dirección General de la Familia y el Menor.
Shapiro, L. (1997). La Inteligencia emocional de los niños. México: Vergara Editor, S.A. .
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